Artículo de opinión de Mikel Mancisidor @MMancisidor1970 publicado el 24 de enero de 2021 en Deia (enlace)
Un nuevo tratado contra las armas nucleares
Sin crear de inmediato un mundo más seguro, ayuda a desandar el camino del uso militar de la energía nuclear
ESTE viernes ha entrado en vigor el Tratado para la Prohibición de Armas Nucleares. El Secretario General de la ONU, António Guterres, lo ha calificado como un «paso clave hacia un mundo libre de armas nucleares». Guterres ha subrayado el papel determinante jugado en este proceso por la sociedad civil y por supervivientes de explosiones y de pruebas nucleares.
El Tratado se aprobó en la Asamblea General en 2017 y ha entrado en vigor ahora que ha llegado a cincuenta el número de los estados que lo han ratificado. Otros 32 estados lo han firmado –lo que puede entenderse como la antesala de su ratificación– y otros 40 más mostraron su aprobaron en su día en la Asamblea General, de modo que se espera que en los próximos años continúe el goteo de ratificaciones y finalmente en un tiempo no demasiado largo este acuerdo cuente con la participación de al menos la mitad de la comunidad internacional.
El problema es que entre los países que no participan están los nueve con capacidad nuclear militar –además de los países de la OTAN, España entre ellos–. Entonces, ¿para qué sirve un tratado de prohibición de armas nucleares del que no forman parte los estados que disponen de ese armamento y que, por lo tanto, en principio no les obliga? Sirve para avanzar hacia una comunidad internacional en la que el armamento nuclear comience poco a poco a estar prohibido, como lo están el resto de armas de destrucción masiva, como las biológicas y las químicas, o las bombas de racimo o las minas antipersona. Sirve para dificultar su proliferación. Sirve para desincentivar su desarrollo. Sirve para aumentar las presiones sobre los países del club nuclear a medio y largo plazo. Este tratado además se suma a otros instrumentos ya existentes, menos ambiciosos pero con obligaciones no desdeñables, del que sí son parte las grandes potencias.
Como tantas cosas importantes en la vida y en las relaciones internacionales, este paso no supone el fin de un problema de la noche a la mañana. Pretenderlo sería tan ridículo como contraproducente. Quien conozca la situación de Corea del Norte o las negociaciones con Irán, por no hablar de la posición de India o Pakistán, sabrá que este Tratado tendrá un efecto muy limitado a la hora de afrontar sus respectivos desafíos. Los tratados no sustituyen a la política y a la negociación, sino que deben acompañarse mutuamente.
Si revisamos los avances que a lo largo de la historia la comunidad internacional ha dado en materia de paz, humanización de los conflictos o derechos humanos, pocos habrá que se puedan explicar por un solo gran acontecimiento. Más bien al contrario estos avances responden a una suma de diversos esfuerzos y no pocos tropezones que van empedrando el camino, paso a paso, con logros a veces reducidos de ambición o posibilidades, en muchas ocasiones fracasados, pero cuya semilla y aprendizaje van prendiendo y permitiendo el progreso de la humanidad.
Las normas humanitarias han servido para reducir el sufrimiento de la población civil en numerosos conflictos. Las normas de prohibición de las armas biológicas y químicas se cumplen con bastante regularidad y precisamente por eso es noticia cuando se produce un incumplimiento, como es noticia entre nosotros un asesinato. Este tratado no crea de la noche a la mañana un mundo más seguro. Pero es un hito memorable en el largo camino de la humanidad por desandar el camino del uso militar de la energía nuclear.
A mí en general, tanto en política internacional como local, me gustan más los pasos modestos pero efectivos que los brindis al sol ajenos al reino de lo posible.