La semana pasada planteaba en esta misma columna una pregunta que, visto lo sucedido durante estos últimos días, parece que resultaba pertinente: “¿No es momento de replantearnos el papel de la plataforma de Musk como foro global?”

Twitter fue durante algunos años la mejor red social para acceder a contenidos de calidad. Allí estaban las cuentas de las instituciones y las personas de las que uno quería saber. Cualquiera fuera el tema que a uno le interesara, podía seguir a las mejores instituciones públicas o privadas, académicas o sociales, investigadoras o divulgadoras, para conocer sus informes y sus noticias. Podía seguir a los mejores pensadores de cada área y estar al tanto de los mejores debates. Pero en algún momento la cosa comenzó a torcerse.

El peso de los odiadores, de los que insultan, mienten y humillan, fue creciendo. Sin ser invitados se colaban en más y más conversaciones. La llegada de Musk acabó con las medidas, por insuficientes que fueran, adoptadas para moderar esa tendencia. Antes podíamos pensar que la plataforma era un instrumento neutral del que cada uno puede hacer buen o mal uso, pero me temo que eso resulta cada vez más difícil de sostener. Ser parte supone darle carta de legitimidad como espacio global de diálogo.

Comenzamos la semana con la noticia de la selección de una nueva directora para el Museo Guggenheim de Bilbao. Los medios de comunicación prepararon el asunto con periodistas dignos de tal nombre y adicionalmente preguntaron a la gente que sabe algo de la materia y cuya opinión, por lo tanto, puede tener cierta autoridad. Esas opiniones mostraban respeto por las personas afectadas. En la referida plataforma, en cambio, el apellido de la elegida sirvió para que no pocas personas, muchas desde el anonimato, que no saben nada de la materia, ni del proceso de selección, ni de las personas involucradas, pero que creen saber por ciencia infusa más que nadie, soltaran las teorías más absurdas y mentirosas siempre que pudieran terminar en el punto que buscaban: la ocasión para vomitar agresivamente crueles insultos, delirantes falacias y teorías que no aguantan el más mínimo contraste con los datos. Algunos periodistas, que compartieron en la red una opinión mesurada basada en su conocimiento acreditado del caso, se llevaron también su castigo, puesto que decir algo positivo es sinónimo de connivencia con el sistema y de buscar algo a cambio. No importa que lo que se afirmara pudiera demostrarse objetivamente falso, puesto que lo que prima son mis emociones y prejuicios, que son auténticos, y todo lo que yo quiera creer a partir de ellos queda contagiado de esa autenticidad.

El miércoles La Vanguardia y The Guardian anunciaron que se retiraban de la plataforma, generalizando un debate que era necesario. Obligaba a quienes permanecemos a repensarlo. El jueves tenía yo reunión con un alto cargo de una organización internacional que me confesó que en reuniones internas había aconsejado a su institución abandonar esta red.

Que el dueño de la plataforma vaya a ser parte de un gobierno enemigo de la evidencia, de los hechos, de la veracidad, del respeto interpersonal, del sistema institucional y su derecho, y que haya demostrado que pondrá sus empresas al servicio de esa agenda global es el aviso quizá definitivo.

Yo llevaba más de 10 años en la plataforma y por el camino he aprendido mucho y he hecho contactos importantes. Pierdo mucho abandonándola. Pierdo un listado de personas que seguían mi cuenta que para mí tenía enorme valor y que será seguramente insustituible. En lo últimos años solo replicaba alguna cosa con fines de difusión sin arriesgar una posición propia, pero la red me seguía sirviendo para acceder a la información de otros. No sé dónde encontraré lo mucho que pierdo. Pero no quiero seguir formando parte de ese espacio cada vez más envilecido. He suspendido mi cuenta. No sé si es o no lo mejor que cabe hacerse. Entiendo y respeto otras posturas ante el dilema. Solo sé que no quiero continuar.