31Entrevista a Txetxu Ausín @AusinTxetxu publicado en Naiz el 31 de enero de 2022 (enlace)
«La soledad no deseada nos viene impuesta por el entorno»
Doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco, Txetxu Ausín es científico titular en el Instituto de Filosofía del CSIC. Recientemente ha dirigido junto a Melania Moscoso el proyecto de BBK Kuna ‘Soledades: una cartografía para nuestro tiempo’.
BBK Kuna Institutoa ha presentado recientemente el libro ‘Soledades: una cartografía para nuestro tiempo’, con el objetivo de analizar y dar respuesta a la soledad no deseada. Txetxu Ausín ha codirigido este proyecto sobre la soledad no deseada, la «pandemia silenciosa».
¿Por qué el título del libro habla de «Soledades», en plural?
A veces, se habla de la soledad como una experiencia única, asociada solo con las personas mayores y no es así. Lo que queremos transmitir usando el plural es que hay muchas experiencias diferentes, como la soledad no deseada, y que afecta en todas las etapas de la vida. La soledad es más compleja de lo que se suele presentar y, por ello, es un hecho deliberado usar el plural.
¿Qué es la soledad no deseada?
Es una situación que produce angustia, dolor y sufrimiento, porque nos priva de la esencia humana: nuestros vínculos y lazos con los demás. Aristóteles ya decía que los humanos somos seres sociales y, por tanto, la privación del vínculo con otras personas es una manera de malvivir. Además, tiene un impacto negativo en la salud, tanto mental como física.
¿Cuáles son los problemas de salud que acarrea?
El capítulo del libro que trata sobre soledad y salud explica que la soledad no deseada puede provocar, por ejemplo, problemas cardiovasculares. También se ve afectado el sistema inmunitario y está muy relacionada con trastornos psicológicos como la depresión, que puede desembocar en suicidio. A su vez, está vinculada con conductas de riesgo como el sedentarismo, el tabaquismo, el consumo de alcohol o la alimentación inadecuada, y tiene consecuencias como problemas relacionados con el sueño.
Todo eso implica un mayor impacto sobre el sistema de salud. Si ya veníamos arrastrando un déficit la atención primaria –lo estamos viendo de manera palpable con la gestión de la pandemia–, la soledad no deseada puede suponer un problema de salud pública. Así lo catalogan organismos como la OMS.
Entonces, ¿existen diferentes tipos de soledad?
Melania Moscoso y yo, en el artículo ‘Por qué no debemos romantizar la soledad’, explicamos que existe la soledad buscada y que ésta puede servirnos para hacer un ejercicio de introspección, alejarnos del mundanal ruido. Pero esa visión es un privilegio. En el libro hablamos de la soledad no deseada, la que nos viene impuesta por muchos elementos del entorno. En este caso, no se trata de una situación individual, sino que tiene que ver con el contexto. No es elegida, y por eso produce angustia y dolor. Ese tipo de soledad es una patología social.
En el libro destacan algunos episodios protagonizados por la pandemia. ¿La covid-19 ha aumentado los casos de soledad o, simplemente, los ha destapado?
La pandemia los ha puesto sobre la mesa de la opinión pública. Aunque este fenómeno es una corriente que se está dando debido a profundos cambios en nuestra estructura social, con el aislamiento forzoso afloró porque al vernos recluidos en nuestros domicilios todos sentimos soledad. De repente nos hemos dado cuenta de la importancia que tenían los espacios de proximidad y compartidos. Todo eso que se estaba transformando en las últimas décadas, ha salido reforzado durante la pandemia.
En los países desarrollados, una de cada cuatro personas sufre soledad. ¿Cómo es eso posible en los tiempos de hiperconexión que vivimos?
Vivimos hiperconectados, pero lo estamos desde nuestra soledad. Somos una multitud de solos conectados. A través de la tecnología no establecemos relaciones significativas ni vínculos fuertes. Por ejemplo, el teletrabajo impide la organización de los trabajadores porque se relacionan de una manera atomizada e individualizada. Los vínculos fuertes sólo se generan cara a cara, en las interacciones personales directas.
Por tanto, ¿el cambio de tiempos ha favorecido el aumento de la soledad?
La soledad no deseada está muy vinculada con el auge del individualismo, esa idea de que todo se lo tiene que gestionar uno mismo, que uno es dueño de su propio destino. Esos
mitos son típicos del neoliberalismo. Cuando alguien no tiene la fuerza suficiente para vivir solo la sociedad entiende que «fracasa», aunque eso está vinculado directamente con un declive de las redes de apoyo social y familiar. También la precariedad laboral incide directamente, porque estamos obligados a hacer muchos microtrabajos para subsistir, lo cual nos impide disponer de tiempo para dedicar a las relaciones personales. Se produce una doble tendencia: por un lado, cada vez estamos más individualizados y, por otro, la precariedad incide en ese aislamiento.
¿Es cierto que la soledad afecta más en las ciudades que en los pueblos?
No se puede establecer automáticamente que en las ciudades hay más soledad, aunque es cierto que los vínculos sociales en los pueblos pequeños siguen siendo más estrechos. Los lazos comunitarios son más fuertes y por lo tanto se esquiva mejor cuando hay un suceso que conduce a la soledad, como la pérdida de un ser querido, una ruptura de pareja o un problema en el trabajo.
En las grandes ciudades, la propia estructura urbana impacta en la soledad por cómo se construyen las viviendas, si hay o no hay espacios para las relaciones comunitarias, parques… Un ejemplo claro son los bancos de una persona, que favorecen que uno se siente solo. A veces, en las ciudades no se dispone de esos espacios para poder socializar y tener lazos y vínculos significativos con otras personas.
¿Cuáles son esos factores sociales que influyen en la soledad no deseada?
Del mismo modo que la soledad es un factor sobre la salud, a su vez hay determinantes sociales que condicionan que uno sienta más o menos soledad no deseada. En el caso del género, tiene que ver con que muchas de las tareas de cuidado en el ámbito privado las realizan mujeres que están profundamente aisladas. Son trabajadoras no reconocidas que pueden pasar años cuidando de alguien. Cuando esa persona fallece o es institucionalizada, se encuentran completamente desvinculadas de su entorno social.
Respecto a las personas con diversidad funcional, es mucho más fácil que acaben siendo aisladas de relaciones sociales significativas. En el capítulo que aborda este punto, se habla de la dificultad de establecer relaciones sexo-afectivas para las personas con alguna diversidad.
Luego están los condicionantes de la institucionalización, como hemos visto en las personas que estaban en residencias durante la pandemia. Era gente que ya sufría una exclusión del entorno social y que, siendo aisladas en sus habitaciones, les provocaron un sufrimiento enorme que no se correspondía con esa pretensión de protección, porque el aislamiento se utiliza como un arma de castigo, lo que se conoce como soledad punitiva. En definitiva, la soledad tiene que ver con muchos elementos estructurales.
¿Cuesta aceptar la soledad?
Sí que cuesta. Melania comenta que reconocer la soledad es casi reconocer un fracaso, que la sociedad te culpabiliza por no tener las suficientes relaciones significativas. Por eso, admitir ese «fracaso», como nos pasa con otras muchas patologías sociales, da cierta vergüenza. Cuando alguien reconoce que se siente solo, ya da un paso para poder salir de esa situación. El problema viene cuando uno admite la soledad y encima se le culpabiliza. Se puede hacer un paralelismo cuando preguntamos a qué clase social pertenece uno, si media, alta o baja. Todos decimos que pertenecemos a la clase media. Nadie quiere decir que pertenece a la clase baja o incluso a la clase alta, porque estaría mal visto. Es difícil reconocer que estamos solos porque de alguna manera uno no está cumpliendo con las expectativas sociales de ser una persona de éxito, de tener buenas relaciones… Es otra consecuencia de la imagen individualista del triunfador.