Artículo de opinión de Juanjo Álvarez publicado en DEIA (01/10/2017 enlace)
(Imagen cortesía de pixabay.com)
La fácil demagogia populista imperante en muchos medios de proyección estatal refleja el temor a debatir sobre lo verdaderamente importante. Da igual que se trate de Cataluña o de Euskadi. Para unos, hablar de los posibles desarrollos futuros de organización institucional de Euskadi no son sino meros fuegos de artificio que no interesan a la sociedad. Para otros, anclados en posturas maximalistas, todo lo que no sea la independencia son juegos florales sin fundamento.
¿A quién le interesa que se enquiste nuestro debate, le llamemos conflicto político o con otras denominaciones? Es hora ya de mirar de frente a esta irresuelta cuestión y apostar por la renovación de conceptos y de categorizaciones porque la obsolescencia de las fosilizadas expresiones que llevamos ya cerca de 50 años utilizando lastran y enquistan el debate.
Somos, como pueblo vasco, y al igual que Cataluña, una realidad nacional incuestionable. No somos, como ciudadanos ni como pueblo vasco, más ni mejor que nadie. No pretendemos reivindicar un puesto preferente en un hipotético ranking territorial comparado ni juzgar desde lo que supondría una errónea prepotencia jerarquizadora nuestra manera de entender las relaciones sociales y políticas, entre otras cosas porque Euskadi es, afortunadamente, una nación plural y heterogénea compuesta por ciudadanos y ciudadanas cuya diversidad enriquece y fortalece su cohesión interna.
La humildad no impostada es buena consejera, siempre. Y el frentismo hace mucho más daño que la desafección o lejanía a un proyecto nacional, porque acaba abriendo brechas sociales que deterioran la convivencia. Es así, pero de igual modo tampoco cabe admitir sin formular crítica alguna la suma de noticieros y opinadores que basan toda su épica discursiva en una indisimulada apatía y una calculada minusvaloración de todas nuestras conquistas sociales y políticas como pueblo vasco.
Vivimos cómodamente instalados en una dimensión egoístamente individualizada del futuro y pese a todo es el momento de reforzar también, sin discursos excluyentes sino integradores, nuestra voluntad de avanzar como sociedad y como nación hacia mayores cotas de autogobierno para superar así unas egocéntricas aspiraciones individuales a través de un sentimiento identitario de pertenencia a un colectivo social y político.
Algunos, interesadamente, juegan a la fácil simplificación, a la cómoda y resultona mediáticamente demonización de propuestas, contaminando así de forma previa iniciativas a partir de un único factor: quién o qué ideología las impulsa sin conocer ni siquiera su contenido salvo por titulares gruesos.
Cabe postular, frente a discursos que anulan todo valor a lo vasco, una reflexión que sitúe el acento en la pluralidad y en la madurez de nuestra sociedad, sin perder su principal valor: el sentimiento identitario, como señal de pertenencia al pueblo vasco. Se afirma con frecuencia que el nacionalismo institucional persigue patrimonializar la sociedad vasca, unificar la percepción de lo vasco. Pero también los no nacionalistas cultivan el sentimiento victimista de quien construye su discurso sobre la base de intentar confundir normalidad con renuncia a objetivos políticos.
Debemos dejar de vivir como compartimentos estancos, aislados: nacionalistas, no nacionalistas, los colectivos integrados en la izquierda abertzale, todos debemos sumar respetando las premisas de una convivencia en sociedad.
Esa riqueza política debe defenderse, desde el respeto a la diferencia y desde argumentos que generen una empatía (recíproca, bilateral) hacia el que desde España o desde el propio Euskadi opine de forma divergente. Sólo el reconocimiento de partida de esa premisa podrá generar un clima de entendimiento y de confianza recíproca que permita avanzar en el desarrollo de nuestro autogobierno, de avanzar hacia objetivos de mayor soberanía y de profundizar en el reto de la convivencia en Euskadi.
Cierta apatía (cuando no escepticismo) social ante el discurso político hace que demasiadas veces se imponga la retórica hueca, el discurso vacío de contenido. Pese a todo ello (o mejor dicho, para superar todo ello) es el momento de consolidar las bases de un discurso ideológico potente, sólido, renovado y que aporte una moderna concepción de País para una nueva sociedad vasca. Ese es nuestro reto, individual y colectivo.
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