Artículo publicado en febrero de 2019 en la Revista Brasileña de Políticas Públicas e Internacionales. También se puede ver en sergarcia.es
Religión y sociedad: movimientos migratorios, integración y cohesión social
Sergio García Magariño
Leila Sant Massarrat
Religion and society: migratory movements, integration and social cohesion
Resumo: Os movimentos migratórios, o fluxo de refugiados, os mecanismos de integração e o reforço da coesão social na sociedade de acolhimento são questões que preocupam a opinião pública a vários níveis. Este documento procura abordar, por um lado, as causas destes fenómenos e, por outro, o papel da participação e do reconhecimento da identidade nos processos de integração e reforço da coesão social. Finalmente, algumas perspectivas que emergiram dos esforços da comunidade bahá’í para estabelecer um padrão de vida comunitária que integre pessoas de diferentes origens serão exploradas.
Palavras-chave: movimentos migratórios; integração; refugiados; coesão social; religião.
Resumen: Los movimientos migratorios, el flujo de refugiados, los mecanismos de integración y el fortalecimiento de la cohesión social en la sociedad de acogida son cuestiones que preocupan, en diferentes niveles, a la opinión pública. En este documento se pretende abordar, por un lado, las causas de estos fenómenos y, por el otro, el papel de la participación y del reconocimiento identitario en los procesos de integración y de fortalecimiento de la cohesión social. Por último, se explorarán algunas perspectivas que han emergido de los esfuerzos de la comunidad bahá’í por establecer un patrón de vida comunitaria que integre a personas de distintas procedencias.
Palabras claves: movimientos migratorios; integración; refugiados; cohesión social; religión.
Abstract: Migratory movements, the flow of refugees, integration mechanisms and the strengthening of social cohesion in the host society are issues of concern to public opinion at various levels. This document seeks to address, on the one hand, the causes of these phenomena and, on the other, the role of participation and identity recognition in the processes of integration and strengthening of social cohesion. Finally, some perspectives that have emerged from the efforts of the Bahá’í community to establish a pattern of community life that integrates people from different backgrounds will be explored.
Keywords: migratory movements; integration; refugees; social cohesion; religion.
Introducción
Analizar las causas de los movimientos migratorios y explorar las políticas de integración más efectivas suelen ser dos líneas de investigación diferenciadas que rara vez se ponen en diálogo. De este modo, quienes se decidan a examinar las fuerzas que conducen a poblaciones a desplazarse de su tierra natal hacia otros territorios suelen utilizar enfoques descriptivos que simplemente (aunque muy necesariamente) se dedican a explicar el fenómeno desde perspectivas «desprendidas». Los sociólogos suelen ser quienes más estudian la migración. No obstante, las nuevas tendencias de investigación interdisciplinar han ayudado a mirar la migración desde ópticas más refinadas. Además de atender a los factores objetivos, tales como la pobreza, el conflicto o los vaivenes climáticos, han comenzado a desmenuzar las razones por las que grupos diferentes, ante situaciones similares, deciden migrar o no.
Por otro lado quienes se dedican a estudiar las políticas de integración, suelen centrarse en los países de acogida para identificar modelos efectivos de incorporación de grupos diversos dentro de una misma comunidad política. Además de recurrir a metodologías empíricas, utilizan los modelos francés (asimilación), inglés (multicultural), alemán o canadiense (intercultural) para tipificar unas u otras políticas (Rodríguez, 2010; Bauböck, 2007).
El presente artículo pretende combinar ambos enfoques sin profundizar en ninguno de ellos tanto como se lograría si se abordaran por separado. Sin embargo, la ganancia es conseguir una perspectiva más amplia del fenómeno que lo coloque en un contexto más pertinente.
El primer apartado, se centra en las causas de los movimientos migratorios forzados que, brotando principalmente de Oriente Medio, han afectado a Europa en los últimos años. Muy en particular, se tratan de identificar las causas del conocido como «el problema de los refugiados». Se parte de la premisa de que este problema se ha enfocado de manera algo superficial por los legisladores europeos, lo que ha hecho que se simplifiquen muchos las políticas para resolverlos. Si hay un mal diagnóstico, las políticas no pueden ser buenas.
El segundo y tercer apartados sirven de soporte teórico y conceptual para el cuarto capítulo. Pretenden examinar dos conceptos que parecen centrales para las políticas de integración efectivas: el de identidad y participación. A fin de arrojar luz sobre ellos, se ponen en diálogo distintos autores que han trabajado sobre los mismos con una perspectiva propia que emana del entendimiento colectivo generado por varios organizaciones de inspiración bahá’í.
El cuarto apartado es el más empírico, se enmarca en la perspectiva de la política pública como buena gobernanza y tiene dos dimensiones. En cuanto a la buena gobernanza, esta supone, debido a la complejidad de las «cuestiones sociales» (social problems) del mundo actual, implicar a diferentes actores y sectores sociales en la definición de los problemas, la búsqueda de soluciones y la definición de políticas. De ahí, al abordar las políticas de integración, la primera dimensión toma como punto de referencia la experiencia de la comunidad bahá’í de Madrid con varios programas educativos de empoderamiento de base que parecen estar logrando integrar con éxito grupos muy diversos que en la sociedad a su alrededor mantienen conflictos regulares, dentro de una misma comunidad. Aunque la experiencia es preliminar, las perspectivas que surgen se antojan prometedoras. Los resultados que se plasman provienen de un grupo de discusión al que se recurrió en varias ocasiones, durante varias horas, compuesto por los coordinadores de dichos programas en la ciudad de Madrid.
La segunda dimensión sigue tomando el caso de la comunidad bahá’í de España, pero en este caso como entidad que ha logrado socializar con éxito diferenciado a personas procedentes de Irán. A través de entrevistas a iraníes bahá’ís, se intentan identificar aquellos factores que han hecho que algunos iraníes se hayan integrado con mayor facilidad que otros.
Es menester reconocer que, aunque esta última parte es probablemente la más rica e interesante del artículo, también es la más provisional y, en especial la sección sobre los iraníes, la que menos rigor tiene. La falta de rigor de ese último apartado es consecuencia, por un lado, de la pequeña muestra con la que se trabaja y, por el otro, de las dificultades metodológicas que entraña estudiar el éxito de la integración sin una objetivación previa sólida de los indicadores de integración.
Las técnicas utilizada para la primera dimensión del apartado cuarto han sido el grupo de discusión y la entrevista en profundidad. En relación al grupo de discusión, se reunió a los coordinadores de los programas educativos de la comunidad bahá’í de Madrid, residentes en el barrio de Bellas Vistas (Tetuán), durante cuatro horas y se intentó reconstruir la experiencia en dicho barrio con poblaciones en riesgo de exclusión social de diversos orígenes nacionales. La conversación giró en torno a las diferencias entre aquellos jóvenes del barrio que participan en el programa de empoderamiento juvenil y aquellos que no procedentes de los mismos colectivos, en términos de: rendimiento escolar, relaciones con pandillas y nivel de conflictividad. Para este mismo caso, se mantuvo una entrevista en profundidad con el analista del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO) que trabajó en el barrio de Tetuán, a fin de determinar la naturaleza de las pandillas existentes en la zona, en especial las que engloban a jóvenes latinoamericanos.
Para la segunda dimensión del cuarto apartado se realizó una selección de iraníes bahá’ís de primera generación que llegaron a España en la adolescencia para determinar quiénes se habían integrado mejor a la sociedad, tomando como indicadores (a) el aprendizaje del idioma y (b) el establecimiento de amistades nacionales. Además de ello, se realizó una historia de vida con un iraní bahá’í de dicho grupo que aparentemente había logrado integrarse satisfactoriamente en la sociedad española.
1. Causas de los últimos movimientos migratorios forzados
En relación a las causas principales relacionadas con lo que se ha llegado a conocer como «el problema de los refugiados», éstas pueden agruparse en diferentes capas de profundidad.
En el nivel más superficial, aparecen al menos tres causas: los últimos conflictos de Medio Oriente y de África, especialmente en Siria, Iraq, Libia y Mali, que obligan a las poblaciones a salir y eludir los males concomitantes a la guerra (Loescher, 1993). La expansión del fundamentalismo, el impacto consiguiente y los estallidos de violencia étnica en esas mismas regiones se pueden colocar en este nivel de causalidad (Zaragoza, 2015).
En un nivel más profundo, se observan otras causas no siempre reconocidas: la pobreza estructural y la opresión relacionada con ella que fuerza los desplazamientos y hace de caldo de cultivo para otros males sociales; la degradación medioambiental y los desastres naturales (IOM, 2008), fruto, en muchas ocasiones, de una relación de explotación entre el hombre y la naturaleza; las tensiones y mafias suscitadas por la búsqueda de recursos naturales, ya sea petróleo, coltán u otros (Rubinov, 2016; Black, 2011); la expansión de la cultura del consumismo que legitima la explotación ilegítima de ciertos minerales para fines particulares; la ineficacia tanto del sistema de seguridad colectiva de la ONU para mediar ante conflictos y para prevenirlos, como de las políticas de ayuda al desarrollo; la segregación de las mujeres de los procesos de toma de decisiones; todo ello incita la salida y los movimientos migratorios.
Ya en el corazón de estos movimientos se pueden identificar otras causas desatendidas pero fundamentales: la raíz del problema. La sociedad se ha globalizado; la cultura, los medios de comunicación, la tecnología, el transporte, la economía, la ciencia y los problemas también, pero la política no ha seguido el mismo ritmo, generándose así un gran déficit de gobernanza (Vietti & Scribner, 2013; Joensson, 2010). La competición y el conflicto son los principios que rigen las relaciones entre las personas y entre los Estados, y la lucha por la supervivencia —una característica animal— domina la conciencia humana y configura las relaciones. Los prejuicios ideológicos, de género, de nacionalidad, de raza o de religión azuzan los conflictos, impiden la acogida, generan barreras artificiales y no permiten apreciar la identidad humana compartida por todos (Francis, 2015; Betts, 2013).
En lo que respecta la responsabilidad de Europa en la acogida, algunas cuestiones estructurales y otras conceptuales dificultan la canalización de la buena voluntad. Aquí aparecen algunos ejemplos:
- Al proyecto europeo le falta avanzar en términos de unidad política.
- El interés nacional domina las relaciones entre los Estados a pesar de querer estar unidos.
- El miedo a lo diferente y la islamofobia se han ido fortaleciendo durante los últimos años.
- No hay un modelo efectivo de integración social: el alemán, el francés y el inglés parecen haberse agotado.
- Existe una noción de la identidad europea que no se corresponde con el momento actual, sino que rememora una supuesta identidad (religiosa) cristiana, de gente blanca. Sin embargo, los musulmanes son europeos y los afroeuropeos, los asiático europeos, los latino europeos también.
- La expansión de la xenofobia y la canalización de ésta por parte de partidos políticos dificulta las políticas de acogida e integración.
- Los derechos humanos, seña de identidad europea, parecen están subordinados en la práctica a la economía y a la condición de ciudadano.
- Se ha configurado un sistema social poco hospitalario.
- El individualismo, el interés nacional, el consumismo y la competición, desafortunadamente, son los principios más importantes que vertebran la sociedad europea.
- Europa tiene responsabilidad directa en algunos de los conflictos que están produciendo refugiados: ha entrado en guerras, ha vendido armas a los diferentes grupos, ha intervenido en operaciones militares de dudosa legitimidad.
- El prejuicio impide ver los análisis objetivos sobre el impacto de los refugiados en los países de acogida, que muestran, por ejemplo, que en cinco años el dinero invertido en ellos, cuando se acompaña de políticas de empleo, se dobla por los ingresos que reportan (Kingsley, 2016).
Estas deficiencias de las políticas europeas no son simplemente responsabilidad de sus líderes. Todos debemos buscar soluciones creativas a los desafíos que enfrentamos sin depositar la responsabilidad en los demás.
Al analizar las causas de los movimientos migratorios forzados y de las dificultades de Europa para contribuir a su acogida e integración, se pueden identificar algunos principios que podrían contribuir a humanizar y mejorar la gestión de esta crisis humanitaria. La hospitalidad, una virtud común a todas las tradiciones religiosas, destaca entre ellos (Kirillova, Gilmetdinova & Lehto, 2014).
La hospitalidad es tanto una virtud individual como un principio de articulación de la sociedad que puede manifestarse en comportamientos personales, así como en leyes y estructuras sociales. Además, la hospitalidad es una de esas nociones que, como se ha señalado, aparece en todas las religiones y que, en cierta manera, simboliza la unidad subyacente a todas ellas. La hospitalidad en el Islam adoptó formas mucho mayores que con anterioridad. Se reflejaba tanto en el comportamiento de los individuos que se desvivían por servir a la gente que iba a su casa, como en las estructuras que surgieron: hospital-es, hospi-cios para viajeros, alojamientos para gente que iba a hacer el peregrinaje
Hoy día fortalecer la hospitalidad tendría grandes implicaciones para afrontar algunos de los problemas que vivimos: acoger a inmigrantes, a refugiados, dar asilo a gente que sufre, contribuir a que desaparezcan las guerras, fortalecer las políticas de desarrollo, emprender iniciativas denodadas por erradicar la pobreza, tratar con bondad al medio ambiente para ser hospitalarios con las generaciones futuras… Todo esto tiene relación con la hospitalidad y, de nuevo, existe una faceta individual y otra colectiva. Como personas, podemos intentar acoger a gente, tratarles como si fueran de nuestra familia. Colectivamente, podemos también establecer mecanismos para no dejar fuera a nadie.
Los sistemas sociales, por tanto, también pueden ser más o menos hospitalarios. Algunos sistemas sociales no son nada hospitalarios, ni siquiera para los ciudadanos del Estado: no se preocupan por las desigualdades excesivas, por la seguridad social para los más desfavorecidos, por la educación… Hay muchos países así. Otros sistemas sociales pueden considerarse hospitalarios con limitaciones: acogen bien a las personas con ciudadanía o nacionalidad o procedentes de países con convenios, pero rechazan a los no ciudadanos o no nacionales. Hay algunos sistemas sociales así en el mundo y la socialdemocracia aspira a ello (Fermin & Kjellstrand, 2005).
Sin embargo, también puede haber sistemas sociales con hospitalidad universal que acojan y protejan a las personas por su mera condición de ser humano, sin importar la ciudadanía o la nacionalidad. Este debería ser el estándar.
2. La cuestión de la identidad
Al hablar o examinar los movimientos migratorios, existe el riesgo de reificar los conceptos que utilizamos para estudiar el fenómeno en cuestión. La reificación hace que los conceptos creados se conviertan en cosas reales que se interponen entre los seres humanos y que impiden el reconocimiento mutuo. Las categorías de inmigrante o refugiado, aunque útiles, han de usarse con esa cautela (Mahendran et al., 2019; Kertzer, 2017).
Detrás de estas categorías, hay personas y grupos humanos que comparten una identidad primaria con el resto. Las religiones plantean que la identidad fundamental que conecta a los seres humanos es el alma (Corduan, 2002). El género, la clase social, la etnia, la familia o la religión definen aspectos secundarios, aunque importantes, de la identidad y hacen que nos conectemos por grupos de afinidad (Harrison, 2013). El anhelo de pertenecer a un grupo, por tanto, se satisface a través de la identificación con dichos grupos. Estas identidades secundarias, no obstante, estarían siempre subordinadas a la identidad primaria que nos conecta a todos y que, en términos religiosos, nos conecta también con Dios.
La identidad, además, se manifiesta en dos niveles. Desde una perspectiva, la identidad es lo que hace a cada persona única (Sen, 2007). El conjunto de influencias familiares, culturales, ideológicas, religiosas y sociales definen la identidad de la persona. Existe aquí un trabajo individual para dibujar en la conciencia estas influencias en forma de círculos de identidad complementarios. En estos círculos identitarios, los círculos más amplios serían los focos de lealtad más fuertes. Los círculos más pequeños, así, se mantendrían, pero estarían subordinados a los mayores. Por ejemplo, un individuo puede considerarse miembro de una familia particular, deportista, de un pueblo, ciudadano de un país, hombre o mujer, creyente de cierta religión y, en última instancia, ciudadano del mundo y ser humano. Siempre y cuando los círculos menores, tales como el de la familia, el pueblo o el país, se subordinen al círculo mayor, la humanidad, podrá haber complementariedad y se evitará el conflicto.
Desde otra perspectiva, la identidad de los seres humanos se manifiesta en la constitución de grupos que pueden verse como entidades con vida propia. En el discurso liberal contemporáneo, hay poco espacio para hablar de los grupos, de las comunidades, porque se considera que éstos han sido opresivos históricamente (Pierce, 2012). Sin negar el papel que han podido jugar estos grupos en la perpetuación de las relaciones de opresión, no todas las formas de identidades colectivas son opresivas. De hecho, el fervor contemporáneo por pertenecer a comunidades virtuales refleja el anhelo y necesidad humanas de pertenecer a un grupo, a una comunidad, religiosa, cultural, étnica o política. Sin embargo, estas comunidades virtuales no parecen estar respondiendo a esta inclinación humana por agruparse, ya que cuando no van acompañadas de interacciones presenciales, suelen generar mayor soledad. Lo que hace falta, por tanto, es una nueva noción de comunidad, de identidad colectiva que, al tiempo que fortalece la cohesión social y el sentido de pertenencia, no menoscaba la autonomía y la libertad individual, sino que las potencia y canaliza hacia el bien común.
Las identidades individuales y colectivas, además, evolucionan por la interacción entre seres humanos y culturas (Sedikides & Brewer, 2001). Esto no supone una amenaza sino una sana dinámica inevitable de la vida. El cambio y la evolución son dos características inherentes a la realidad misma. Salvo en ocasiones excepcionales a evitar —como cuando una cultura tiene muchos recursos económicos y los utiliza para expandir agresivamente sus valores y cosmovisión—, la interacción cultural y personal no erosiona, sino que enriquece.
Otra cuestión vinculada a la identidad es la de la titularidad de derechos y obligaciones dentro de una sociedad. Para poder responder adecuadamente, con enfoques dignificantes, a los movimientos migratorios, debería ponerse en cuestión la concepción vigente de ciudadanía (Karolewski, 2010; Peters, 2003). Debido a la ausencia de un Estado mundial y a pesar de la universalidad y reconocimiento de los derechos humanos, aquellos que son nacionales o ciudadanos de un país disfrutan de mayores derechos. Los seres humanos, por el hecho de serlo, según se reconoce en todos los tratados internacionales, son titulares de derechos y de obligaciones. Poner de relieve la importancia de igualar los derechos de la persona por el mero hecho de serlo parece constituir una línea importante a seguir.
Tener en cuenta los párrafos anteriores sobre la identidad, probablemente, facilitaría la superación de los prejuicios que suelen acompañar al proceso de reificación y que impiden observar el potencial de aquellos que llegan a un país diferente. Estos prejuicios suelen crecer hasta convertirse en mitos populares que adoptan la apariencia de «sentido común». A los refugiados e inmigrantes, al diferente en general, se les suelen atribuir las causas de los males que azotan a una sociedad o se les considera los responsables de ciertos riesgos. El colapso de los sistemas de asistencia social, la erosión de la cultura, la imposición de otra religión, el desempleo, son algunos ejemplos de culpas no constatadas por la observación empírica rigurosa que se les atribuye a quienes tienen otras procedencias.
Esta cuestión de los mitos populares se vuelve más relevante cuando se pone en diálogo con la teoría de Galtung de la violencia (1990). Este señala que los primeros y segundos niveles de violencia dentro de una sociedad —la violencia directa, la más visible, la física; y la violencia estructural, la relativa a la opresión y desigualdades sociales y económicas— se nutren por un tercer nivel de violencia, la cultural, más profunda y que implica la estigmatización de colectivos, los prejuicios hacia grupos, las concepciones peyorativas sobre ciertas «personas». Estas ideas negativas sobre otros grupos sociales, ya sean étnicos, nacionales o religiosos, sirven para legitimar su opresión, tanto física como socio económica. Por ello, abordar esos prejuicios es fundamental si se quiere prevenir conflictos. De hecho, cuando se toma el grupo más oprimido de una sociedad —los romaníes en España, los indígenas en Latinoamérica, los afroamericanos en EEUU—, se suelen encontrar expresiones y concepciones generalizadas despectivas a ellos: se equipara ladrón a gitano, poco educado a indígena, etc.
El debate académico sobre la identidad es mucho más extenso. Autores como Canclini, Amartya Sen, Hannah Arendt o Casanova, así como otros politólogos, sociólogos y antropólogos, liberales y comunitaristas, han hecho importantes contribuciones. No obstante, el propósito de este apartado ha sido encontrar una definición operativa de identidad que sea fácilmente operativizable y trasladable a una política de integración que tenga en cuenta las diferencias pero que las armonice dentro de una identidad común mayor.
A continuación, y a fin de contribuir a disipar dichos prejuicios, se presentan algunos datos relacionados con los perfiles empíricos de los inmigrantes que llegan a Europa.
Uno de los hechos más analizados es el perfil del migrante o buscador de refugio. A pesar de que analizar los casos particulares resulta vital, existen algunos patrones claramente identificables. La persona que sale de su país, ya sea buscando refugio o nuevos horizontes, suele ser el más avezado de la familia, tiende a proceder de un entorno socio económico medio y en la mayoría de los casos tiene gran capacidad de emprendimiento y aprendizaje. Sus estudios suelen ser superiores a los de la media de la sociedad de acogida y el aporte que hace a dicha sociedad, en términos económicos, sociales y culturales, muy superior a lo que recibe de ella en las primeras etapas. Además, toda sociedad ha producido y produce emigrantes, y esto —la emisión y recepción de gente— siempre ha sido un factor importante de la dinamización de los pueblos y de las naciones (Catney, 2012). El potencial humano de un país es su mayor activo.
En breve, aunque son las motivaciones espirituales y humanitarias las que deben propiciar la acogida, el pragmatismo también conduciría a recibir con entusiasmo a las personas que salen de sus entornos inmediatos. Ellos van a contribuir al progreso de la sociedad donde se asienten.
3. La participación
Encontrar mecanismos efectivos para que personas y colectivos, se asienten, integren y contribuyan a la mejora y prosperidad del país que les acoge no es tan sencillo. Diferentes países han experimentado con distintos modelos, pero ninguno de ellos parece ser completamente satisfactorio (Martikainen, 2014). La asimilación —el esperar que los que llegan se socialicen totalmente en la cultura que los acoge sin alterarla lo más mínimo, negando en muchos casos la dimensión colectiva de la identidad—, el multiculturalismo —el énfasis en las políticas por grupo religioso, étnico o cultural, tendiente a veces a colocar a estos colectivos en guetos— o la negación de la creciente diversidad marcan el perímetro de las múltiples iniciativas que se han puesto en marcha para gestionar la diversidad procedente de la migración.
En este apartado no se explorarán estas políticas, sino que se intentarán identificar algunos de los principios que han contribuido a una gestión parcialmente exitosa. La participación en la vida de la sociedad de acogida destaca como uno de ellos. Sin embargo, ¿qué dimensiones adopta la participación y qué formas de participación son más apropiadas?
Se ha dicho mucho sobre la importancia de participar en la vida productiva de la sociedad. Encontrar un trabajo, así, es una estrategia clave para la integración. En ese entorno se da un proceso de socialización mediante el cual la persona se relaciona con otros, adquiere valores compartidos, contribuye a los acuerdos intersubjetivos (Madureira, 2014). No obstante, una perspectiva más sofisticada plantea que para que el trabajo sea un factor clave de la integración, debe reunir ciertas características: no ha de ser opresivo, debe permitir una vida digna, ha de darse en un entorno donde se aprecia la diversidad y facilitar unos compañeros que ya estén socializados en la sociedad de acogida.
Otra forma de participación fundamental es el idioma. La cultura se vertebra a través de un idioma, por lo que su manejo y aprendizaje suele ser una estrategia ineludible. A través del idioma se asimilan valores, concepciones y realidades culturales. Empero, su valor más profundo reside en que posibilita la comunicación con los demás, canaliza el anhelo humano por relacionarse con otros y por compartir ideas, pensamientos, aspiraciones y sentimientos. A este respecto, la escuela, el colegio y el instituto —la participación en sus programas— tienen un rol muy destacado tanto en el aprendizaje del idioma como en la generación de espacios de interacción y de socialización que favorecen la integración (Zorlu & Hartog, 2018).
Las comunidades religiosas también juegan un importante rol relacionado con la participación. En primer lugar, facilitan la integración inicial de la persona o grupo que llega. Sirven de espacio de orientación, de apoyo inicial, de seguridad frente a un entorno desconocido (Weinar & Unterreiner, 2017). Sin embargo, aquí no termina su función. En muchas ocasiones, las comunidades religiosas, a través de sus diferentes programas, sirven de puente entre la persona y los valores más amplios de la sociedad de acogida. En otras palabras, contribuyen a que los que llegan se socialicen en los valores del país receptor (Bonifacio & Angeles, 2010). Algunos clubes, equipos deportivos o asociaciones juegan un papel similar.
No obstante, las comunidades religiosas que más éxito tienen son aquellas que ayudan a los que llegan a participar en un proceso más amplio e ilusionante: el de contribuir a mejorar la sociedad a la que llegan. Este contexto más amplio, el de la participación en la generación de conocimiento práctico acerca de la mejora de las condiciones de vida y de la creación de un modelo de organización social más justo, humano y armonioso, parece ser el factor más determinante para los procesos de integración satisfactorios (Cesari, 2017).
4. Algunas perspectivas preliminares extraídas de la experiencia de la comunidad bahá’í por integrar a individuos y colectivos diversos
En la introducción se mencionaba que la tendencia más actual de las políticas públicas es adoptar un modo de funcionamiento que algunos autores han denominado el «modo de gobernanza» (García, 2016). La buena gobernanza implica, por un lado, realizar buenos diagnósticos de las transformaciones sociales que se van dando y, por el otro, operar introduciendo ciertos mecanismos que se han demostrado más eficaces para abordar problemas complejos en condiciones de incertidumbre. Entre esos mecanismos destaca la configuración de espacios para que la sociedad civil organizada, el tejido empresarial y las instituciones públicas de gobierno deliberen colectivamente, tomen decisiones y actúen concertadamente.
El paradigma de este modo de funcionamiento emana de experiencias políticas, como la de Sacramento California, que enfrentaban problemas de gran complejidad y difícil solución. En otras palabras, la implicación de diferentes actores en la deliberación, toma de decisiones e implementación de políticas para abordar problemas sociales no es una moda ni una actividad «estética» o «cosmética», sino un imperativo pragmático para responder a problemas de gran complejidad para los cuales no se prestan las soluciones tradicionales y que requieren niveles de inteligencia y actuación colectiva muy superiores. Las políticas de integración de grupos diversos dentro de una misma comunidad política, especialmente cuando estos proceden de la inmigración, son un ejemplo de este tipo de desafíos. Por ello, recurrir a la experiencia de diferentes colectivos vinculados a la sociedad civil organizada, ya sean estos seculares o religiosos, adquiere mayor relevancia. Los grandes problemas requieren la acción de múltiples actores, preferiblemente conectados y coordinados.
La comunidad bahá’í en España, integrada por 5000 personas aproximadamente que representan la diversidad de la sociedad española, ha tenido dos tipos de experiencias relativamente exitosas de integración de diversos colectivos de las que se pueden identificar algunos principios y enfoques susceptibles de ser trasladados a las políticas de integración. El primer tipo de iniciativas tiene que ver con el impacto de los procesos de fortalecimiento y desarrollo comunitario que están en marcha en diferentes barrios del país sobre este ámbito de la integración y la cohesión social; y el segundo tipo con la experiencia de un creciente número de bahá’ís iraníes que han logrado incorporarse con toda normalidad a la vida social, económica, cultural y religiosa del país. No obstante, las perspectivas que se ofrecen en ambos casos son muy provisionales.
4.1 Tetuán y el fortalecimiento comunitario
En los procesos de fortalecimiento y desarrollo comunitario —de construcción de comunidad a partir de ahora— hay un porcentaje muy significativo de personas procedentes de otras nacionalidades, aunque la cuestión del idioma ha estado resuelta en la mayoría de los casos, ya que en las zonas donde hay más participantes —tales como en Tetuán, el barrio de donde se extraerán gran parte de las percepciones a continuación—, los orígenes nacionales suelen ser de países hispanoparlantes: República Dominicana, Bolivia, Ecuador y Perú. El trabajo principal se da con los jóvenes, adolescentes y niños, ya que sus familias suelen tener problemas económicos, trabajan muchas horas y tienen dificultades para participar en la vida comunitaria. Estas dinámicas familiares de inestabilidad influyen en la planificación a largo plazo y en el rendimiento escolar de los jóvenes, muchos de los cuales abandonan sus estudios.
Este es precisamente uno de los indicadores que se han utilizado, tras la conversación con el grupo de discusión, para ver la influencia de los procesos de construcción de comunidad en la integración. El análisis del discurso puso de relieve algunos puntos a destacar.
Aquellos que participan con mayor regularidad en las actividades bahá’ís, sobre todo en las educativas, suelen abandonar menos sus estudios. Otro indicador es que las amistades que se dan entre los participantes van más allá de la interacción durante el tiempo de los programas. Los jóvenes de diferentes grupos nacionales que rara vez interactúan en los barrios y que suelen tener conflictos entre ellos, cuando participan durante un tiempo en los programas de la comunidad bahá’í, superan los prejuicios iniciales y se hacen amigos, formando en ocasiones grupos y pandillas compuestos por personas de muy distintas nacionalidades. La mejora en las relaciones con sus familias es otro indicador. Parece que los jóvenes que se comprometen más con las actividades mejoran la relación con sus padres. Esto reduce el potencial de conflicto y favorece, por ejemplo, que sigan en el colegio. El último indicador que se ha utilizado es la frecuencia con la que hablan de su identidad secundaria. Los jóvenes suelen llegar enfatizando su nacionalidad de origen y la de sus padres, pero a medida que avanzan dentro de los procesos de construcción de comunidad en el tiempo, este tipo de conversación disminuye considerablemente y parece que se genera una identidad grupal nueva. A este respecto hay algunos casos excepcionales de prevención de integración en bandas juveniles que, aunque preliminares, reflejan un horizonte esperanzador.
A continuación, se intentará identificar algunas causas que producen los efectos anteriores. Los programas de construcción de comunidad bahá’ís están fundamentados en un fuerte sentido de propósito y compromiso social. Todos los que se incorporan se adentran en una comunidad de discurso y práctica que habla y actúa sobre la transformación de la sociedad.
Por otro lado, estos emprendimientos, desde el inicio, hacen partícipes a todos los integrantes en los procesos colectivos de toma de decisiones acerca del futuro del barrio y de las líneas de acción a seguir. En este sentido, se subraya la necesidad de crear mayor capacidad y se echan a andar programas para empoderar y realzar la capacidad de las personas que quieren contribuir a la mejora del barrio. La educación y el conocimiento, en estos programas, se valoran mucho.
El hecho de que en la mayoría de las actividades y programas se hable de la identidad desde una perspectiva espiritual, facilita el que se vean como miembros de una misma familia y, en última instancia, como hijos de un mismo Dios. Esta identidad primaria se fortalece y, aunque permite la expresión de otras identidades secundarias, como raza, género, etnia y nacionalidad, subordina las mismas a la identidad primaria que les conecta. Con analogías tales como «somos flores de un mismo jardín, dedos de una misma mano, hojas de una sola rama», que se manifiestan en citas, canciones, historias y todo tipo de actividades artísticas, sociales y culturales, se avanza hacia el reconocimiento de la esencia de la identidad humana.
Además, en relación a la socialización secundaria, el patrón de vida comunitaria que se intenta fortalecer invita a todos los participantes a trabajar por la mejora del barrio y de la ciudad. Así, se propician espacios para tratar de entender las dinámicas, fuerzas y estructuras del barrio, de la ciudad, y esto puede tener influencia sobre la estima de los valores de la sociedad de acogida. Se ven parte de una sociedad que hay que transformar y de un movimiento de cambio con una dimensión social y otra profundamente espiritual que dota de mayor sentido, significado y motivación a lo que se hace.
La categoría de inmigrante o refugiado no se utiliza en ninguno de los programas. Quizá esto favorezca el que se vean como parte de una comunidad, de un barrio, de un país. Los que aceptan la Fe bahá’í y deciden convertirse se socializan en otros aspectos relacionados con las enseñanzas bahá’ís que asumen como artículos de fe y que puede que fortalezcan la cohesión social. La obediencia al gobierno, la utilización de estrategias constructivas y pacíficas para el cambio social, evitar la protesta violenta, abandonar la murmuración, divertirse sanamente se convierten en imperativos espirituales y morales con igual fuerza que orar y preferir al otro antes que a uno mismo.
4.2 Los bahá’ís iraníes
La comunidad bahá’í de España, tal como se dijo al inicio del artículo, es representativa de los grupos étnicos y nacionales existentes en el país, con un pequeño porcentaje mayor de iraníes, ya que muchos vinieron como pioneros y algunos como refugiados tras la revolución iraní. El porcentaje de refugiados de otros países de Medio Oriente en conflicto, tales como Siria, Iraq o Afganistán, es pequeño, aunque en el último año ha habido un repunte en algunas zonas como Bilbao. Por ello, el análisis comparativo se ceñirá a la experiencia con población iraní, que es la única que tiene algo de solidez en términos de tiempo.
En cuanto a la experiencia de bahá’ís procedentes de Irán, si uno analiza los casos de aquellos que han logrado integrarse por completo, observa ciertos patrones. Por ejemplo, aquellos que salieron de Irán como pioneros de una nueva religión que debía llevarse al mundo entero, traían una gran motivación para enseñar en el país de acogida. Esta motivación implicaba que debían conocer las costumbres, el idioma, la cultura de esa sociedad, para cumplir con el propósito anterior. Además, no solo tenían que conocerla, sino que debían valorarla y apreciarla porque probablemente iba a ser su nuevo país y el país de sus hijos y nietos para el resto de sus vidas.
Algo similar ocurre con aquellos iraníes que recientemente se han implicado en los procesos de desarrollo comunitario descritos con anterioridad. Aquellos más implicados parecen tener más motivación para aprender el idioma e integrarse en las costumbres.
Por otro lado, el proyecto migratorio de los bahá’ís iraníes que salían de pioneros era un proyecto individual en muchos casos. Aunque a veces buscaban países o regiones donde pudiera haber otros iraníes, el propósito no era crear una comunidad de iraníes, sino encontrar apoyo en las primeras etapas de identificación con la sociedad de acogida. Muchos se han casado con nacionales y es difícil reconocer, al ver a sus hijos —salvo que se conozca la historia familiar—, que los orígenes familiares están en Irán.
Otro elemento que ha podido contribuir a esta mayor y más rápida integración de los iraníes —además del talante de los persas para relacionarse con otras culturas como factor idiosincrásico cultural— y de otros individuos y colectivos no nacionales es que las instituciones bahá’ís enseguida les asignan responsabilidades. Estas responsabilidades les conducen a interactuar con españoles y no nacionales por igual. En otras palabras, se les asignan responsabilidades, y funciones de coordinación en algunos casos, que no solo tienen que ver con comunidades del mismo origen nacional, étnico y cultural.
Conclusiones
La integración de grupos diversos, especialmente cuando estos proceden de la inmigración, es un problema de gran complejidad que exige enfoques novedosos relacionados con la buena gobernanza desde los que abordar las políticas públicas en esta materia.
El primer paso para una respuesta certera requiere la realización de un buen diagnóstico. En este artículo se han desglosado las causas de la denominada «crisis de los refugiados en Europa» en términos de tres capas causales con diferente nivel de profundidad: las causas más visibles, como la huida por motivo de la violencia; las causas socio-económico estructurales, que estimulan a que ciertos grupos busquen una mejor vida en el exterior; y las causas más profundas relacionadas con un déficit de gobernanza global adecuado para abordar con eficacia problemas que trascienden las fronteras nacionales.
En relación a las políticas de integración, se requieren medidas prácticas así como concepciones clarificantes para encontrar soluciones viables y duraderas. En cuanto a los conceptos que parecen esenciales para la definición de políticas efectivas de integración destacan el de identidad y participación. El artículo ha explorado una noción de identidad inclusiva, fundada en observaciones empíricas objetivas, que equilibra la dimensión individual y colectiva y que facilita la superación de los prejuicios y estereotipos relacionados con la violencia cultural de la que habla Galtung.
En cuanto a la participación, se han desmenuzado diferentes dimensiones de la misma, tales como el idioma, el trabajo, los círculos de amistad, la socialización en los valores de la sociedad de acogida. Además, se ha puesto de relieve la necesidad de tener comunidades locales, muchas veces de carácter religioso, que faciliten los primeros pasos de la participación y la integración. Por último, se ha señalado cómo el nivel más profundo y efectivo de participación es la participación en procesos de aprendizaje colectivo de base, idealmente de barrio, acerca de la transformación y mejora de las condiciones de vida de la población. Este tipo de participación genera el tipo de sentido de misión y los lazos necesarios para impulsar una integración más sólida.
Finalmente, tras una pequeña clarificación conceptual de la noción de gobernanza y una justificación de por qué es necesario implicar a la sociedad civil y a otros sectores de la sociedad en las políticas de integración, se ha tomado un caso de estudio, el de la comunidad bahá’í de España. Dicho colectivo ha generado una experiencia bastante exitosa de integración, aunque modesta, en dos ámbitos: en el de programas de fortalecimiento comunitario de base a través de la implementación de procesos educativos y de empoderamiento grupal; y en el de integración de población iraní. Las lecciones preliminares que surgen de esta experiencia limitada, aunque prometedora, podrían ser susceptibles de ensayarse en el ámbito de las políticas públicas de integración.
También se podría decir que, a través de este documento provisional, se ha intentado poner de relieve el papel de la religión en el refinamiento de la identidad y la promoción de la participación en los procesos de integración y de fortalecimiento de la cohesión social.
A modo de conclusión final, cabe señalar que, a lo largo del estudio, se pueden destilar dos niveles de trabajo para favorecer los procesos de integración y de cohesión social. El primero se refiere a los cambios estructurales relacionados con las políticas públicas que pueden hacer más efectivos los procesos de integración, incluyendo algunos principios y enfoques subrayados con anterioridad. El segundo atiende a las capacidades, cualidades y actitudes individuales que podrían cultivarse a través de programas educativos formales e informales y de acciones estratégicas de los medios de comunicación, y que facilitan que las personas procedentes de otros orígenes nacionales puedan incorporarse y contribuir a las sociedades de acogida.
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