Artículo de opinión de Cristina Monge @tinamonge publicado el 20 de septiembre de 2021 en InfoLibre (enlace).
¿Qué dirá Abascal cuando el cambio climático nos obligue a migrar?
Vivimos momentos realmente paradójicos. La misma semana que hemos conocido que el cambio climático se está agravando, y que hemos leído en la prensa los problemas de desabastecimiento que las duras políticas migratorias están desencadenando en Reino Unido tras el Brexit, se ha escuchado a Abascal pronunciar uno de los discursos más xenófobos jamás dados en el Congreso. Cambio climático, migraciones y xenofobia, todo un triángulo perverso.
Afortunadamente estas noticias me pillaron en un curso de verano organizado por Ayuda en Acción y la Universidad del País Vasco con el título “El reto de la movilidad humana: pobreza, cambio climático, pobreza y situaciones de violencia como causas de migraciones forzosas”. Mucho de lo que allí se planteó ayuda a entender la forma en que se configura e interacciona esta tríada.
Los movimientos de población son tan viejos como la vida misma. Sin embargo, informaciones interesadas o manipulaciones dirigidas a provocar miedo nos devuelven datos deformados, como un espejo cóncavo. Los discursos de la ultraderecha en toda Europa se alimentan de este miedo, al que responden en forma de xenofobia. Me encantaría saber qué contestarían Abascal y los suyos el día que los migrantes seamos nosotros y nosotras, habitantes de la parte rica del mundo, víctimas del cambio climático que avanza imparable.
Según datos de la Organización Internacional Migraciones, el año 2020 se calcula que fueron 272 millones las personas que migraron. Podrá parecer mucho, pero son apenas el 3,5% de la población mundial, lo que supone un pequeño crecimiento desde el año 2019, pero ni mucho menos el cataclismo que podría deducirse de lo que transmiten ciertos discursos.
Quizá lo llamativo es que ahora llaman más recurrentemente a las puertas de Europa, si bien el principal receptor de migrantes sigue siendo EEUU, seguido de Alemania, Arabia Saudí, Rusia y Reino Unido. No vemos, sin embargo, los millones de desplazados –personas que abandona su lugar de residencia para trasladarse a otro territorio dentro del mismo país-, cuyo ranking lideran Siria, el Congo, Colombia, Afganistán y Yemen (aquí unos interesantísimos mapas de El Orden Mundial al respecto).
Algo parecido ocurre si pensamos en el refugio. Según CEAR –Comisión española de ayuda al refugiado- tan sólo el 15% de las personas refugiadas son acogidas en países desarrollados, mientras que el 73% lo hacen en naciones vecinas, casi siempre países en desarrollo. Por cierto, más del 40% son niños y niñas. Mientras, en este pequeño geriátrico suizo que es Europa, hay quien se echa las manos a la cabeza y se apresura a advertir que el viejo continente no puede ser un coladero cuando Afganistán salta por los aires. Esta vez no me refiero a la ultraderecha, sino al liberal Macron.
Según el Instituto de desplazamientos y migraciones, desde 2018 la primera causa de desplazamiento es lo que se llama desastres “naturales”, la mayor parte de los cuales tienen que ver con el cambio climático. Sequías, inundaciones, subida del nivel del mar o eso que denominamos fenómenos meteorológicos extremos. Si en el occidente opulento tales circunstancias están causando estragos –recuérdense las inundaciones de Alemania y Bélgica este verano, o el drama del incendio “de sexta generación” de Sierra Bermeja, en Málaga–, en otras partes del planeta supone que algunos territorios directamente dejan de existir –ya han desaparecido islas del Índico a consecuencia del incremento del nivel del mar– y otros, directamente, quedan en condiciones que hacen imposible vivir allí.
El problema ya forma parte de la agenda global. Tanto, que ACNUR, la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados, acaba de lanzar una campaña para recoger medio millón de firmas que entregar a la Cumbre del clima que se celebrará en Glasgow en noviembre pidiendo más ambición en la lucha contra el cambio climático. Se puede firmar aquí.
El cambio climático está detrás de sequías, de inundaciones y de un buen número de fenómenos que empobrecen los territorios y afectan a las personas, obligándoles a marcharse de allí; aunque, preguntadas por ello, muchas no acaban de identificarse como migrantes climáticos. ¿Estamos ante casos de migrantes económicos, políticos, refugiados o desplazados forzosos? Juristas especializados llevan años debatiendo esta cuestión, pero convendrá que decidamos algo pronto al respecto porque las cifras crecen imparables. Si en 2018 eran 17 millones las personas desplazadas por cuestiones climáticas, en 2019 ascendían a 24 (siempre según cifras oficiales), y dentro de no mucho algunos de ellos podemos ser incluso quienes vivimos en la parte rica del mundo; España, por ejemplo, especialmente vulnerable ante el cambio climático por su posición geográfica. ¿Qué dirá entonces la ultraderecha?
Soy consciente de que la llegada de personas de otros países es utilizada por la ultraderecha y por la misma derecha “sistémica” para avivar los miedos de la población y como chivo expiatorio de todos nuestros males, pero también lo es que el liderazgo político no es decir lo que supones que la gente piensa y desea, sino ser capaz de hacer lo que crees que hay que hacer, y explicarlo. Hoy se le reconoce a Merkel, tan criticada por el austericidio de la década pasada, la valentía en la acogida de sirios en la crisis de 2015.
Una de las asignaturas pendientes en Europa es definir una política migratoria a la altura de sus valores. Sin embargo, cada vez es más complicado encontrar discursos coherentes, y el Pacto por las Migraciones sigue congelado. ¿Habrá liderazgo en Europa para plantear políticas de migración y asilo suficientemente valientes? Quizá para cuando se consiga, seamos nosotros y nosotras los migrantes climáticos.