Artículo de opinión de Juanjo Álvarez publicado en DEIA el 11/03/2018 (enlace).
Trump ha transformado el clásico chovinismo patriótico en proteccionismo económico. Propone la solución de una economía basada en la recuperación de las fronteras y en el proteccionismo. Era conocido que, en relación al comercio internacional, el nuevo mandatario del imperio americano apostaba por el «americanismo» y no por el «globalismo» para restablecer el «sueño americano», una especie de nueva autarquía. Ahora, y tras el anuncio de la puesta en marcha de una «guerra comercial» que ya esbozó en su campaña electoral el ególatra y demagogo presidente de EEUU ha propuesto de facto encerrarse en sí mismo, levantar muros y murallas como falsa muestra de poderío.
Tras comunicar que impondrá fuertes aranceles a las importaciones de acero y aluminio para proteger a los productores de EEUU, Trump ha asegurado que las guerras comerciales no sólo son buenas sino que además son fáciles de ganar. Es una muestra más de la «lógica» que encubre la ideología de esta nueva extrema derecha disfrazada de moderada y que aboga por el cierre de las fronteras y el fin del libre comercio.
Esa populista y perversa retórica proteccionista que encubría su eslogan «America first» cobra ahora plena actualidad. Pero el fenómeno no solo emerge en EEUU. En Europa también. Estados como Francia (y otros Estados europeos también) llevan tiempo instalados en esta dinámica de repliegue y de proteccionismo.
En este contexto, y no solo en EEUU sino también en Europa, emerge con fuerza el término «démondialisation», una especie de autarquía con argumentario favorable a la «desglobalización», idea que lleva consigo la reivindicación de una mayor soberanía estatal frente a las instituciones supranacionales como la ONU (Naciones Unidas) o la OMC (Organización Mundial del Comercio). En el fondo pretende instaurar un proteccionismo que cierre sus fronteras a los competidores externos.
La «démondialisation», es por encima de todo un discurso político. Este movimiento o corriente antiliberal es enarbolado por personajes ideológicamente tan diversos como Trump o la líder ultraderechista francesa Marine Le Pen (con el proteccionismo por bandera, algo similar al discurso de los defensores del Brexit en Reino Unido), o por dirigentes socialistas y conservadores cuyo discurso en esta materia ha sido colonizado por la extrema derecha.
Si las medidas anunciadas por Trump se acaban materializando desencadenarán represalias de socios comerciales como China y Europa, lo que ha provocado ya pavor en las bolsas y una semana de oleada de ventas en Wall Street, Japón y en casi toda Europa.
Trump argumenta que los nuevos aranceles impuestos desde EEUU para frenar la entrada en su mercado de acero y aluminio proveniente de terceros Estados protegerán los empleos que, a su juicio, están en riesgo de desaparecer en EEUU si se sigue importando metales más baratos de otras partes del mundo con mano de obra que tiene menores salarios.
De inicio tales medidas tendrán un efecto negativo y directo sobre los consumidores americanos por el más que previsible incremento de los precios. Además muchos de los productores de acero y aluminio que ahora exportan a EEUU podrían fijar su objetivo en la UE si finalmente el equipo de Trump logra aprobar los aranceles. No obstante, la mayor amenaza para la economía del mundo no son estos aranceles al aluminio y el acero, que sólo suponen un 2% de las importaciones de EEUU. El peligro real es que este conflicto se extienda a otras industrias.
¿Se atreverá (y se lo permitirán los congresistas) el Presidente de EEUU con la política de tierra quemada, jugando al todo vale del unilateralismo salvaje, retrocederemos en el equilibrio geopolítico mundial ante el autoritarismo disfrazado de salvapatrias que encarna Trump?
A estas alturas de un mundo globalizado como el que nos toca vivir, ¿es posible afirmar que «los trabajos americanos son para los americanos»?; el debate social y político que nuevamente emerge se centra en la forma a través de la cual ha de ser «gobernada» o «civilizada» la globalización. La pregunta final es obligada: ¿instaurar un neoproteccionismo cercano a la autarquía es el camino acertado para hacer frente a las derivadas negativas de la globalización o es una forma posmoderna de encerrarse en uno mismo desde el egoísmo egocentrista plasmado en el «sálvese quien pueda»?.
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