Josep BORRELL: ‘¿Pero dónde estaban los islamistas?’

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JOSEP BORELL (El siglo, n° 211, 31/01/2011)

En el Instituto Universitario Europeo de Florencia hay una cátedra de Relaciones Trasmediterráneas dirigida por el profesor francés Olivier Roy, uno de los mejores expertos sobre el mundo árabe.

Ha sido una buena ocasión para aprender muchas cosas sobre lo que ha ocurrido en Túnez y su significado, especialmente para la política europea.

Ben All se ha mantenido gracias al apoyo de los europeos, especialmente de Francia, que lo han considerado, como a tantas dictaduras árabes, un dique de contención del islamismo. ¡Pero si su partido era miembro de la Internacional Socialista! El que se hayan apresurado a expulsarlo al día siguiente de su huida no hace sino añadir el ridículo al oprobio.

Conocí el régimen tunecino durante mi Presidencia del Parlamento Europeo y de la Asamblea Parlamentaria Euromediterránea. En los encuentros que mantuve entonces con algunos de los pocos opositores éstos se lamentaban, con razón, del apoyo que la UE prestaba a un régimen cuya naturaleza represiva era tan evidente. Un apoyo que no le faltó ni siquiera cuando se celebró en Túnez la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Sociedad de la Información, todo un escarnio para un pals en el que el acceso a Internet estaba celosamente controlado.

Francia ha cambiado rápidamente de chaqueta, pero desde hace tiempo todos sus dirigentes politicos de todos los colores han apoyado a Ben All poniéndolo como ejemplo de estabilidad y progreso. En diciembre de 2003 Chirac descalificaba a los defensores de los Derechos Humanos diciendo que el primer derecho humano era comer y que desde este punto de vista, Túnez era un pais muy avanzado. Mientras, la abogada Nadia Nasraoiui entraba en su 50 día de huelga de hambre. Sarkozy, de visita en Túnez en 2008, decía ver progresar las libertades. El ministro de Cultura consideraba una exageración llamar a Túnez una dictadura. La ministra de Exteriores proponía, cuando ya había 27 muertos en las calles de Túnez, que la policía francesa entrenara a la de Ben All en formas menos rigurosas de hacer frente a desórdenes públicos…

Los demás países europeos no han sido tan explícitos pero casi ninguno, tampoco el nuestro, ha cuestionado al régimen de Ben Alí ni siquiera durante esos 21 días de revuelta. La recién estrenada diplomacia europea de lady Alshton ausente, y la Comisión no ha juzgado oportuno congelar la negociación del acuerdo de asociación preferencial con Túnez.

La actitud de los EE UU ha sido mucho más exigente con Ben Aíl y comprometida con la defensa de la libertad de los tunecinos. Aunque los atentados del 11 de septiembre dieron a Ben Alí nueva cuerda para reprimir las libertades en nombre de la lucha contra el terrorismo y el peligro islamista, sólo Washington ha convocado al lnformación, Túnez y las condenas explícitas de la secretaria delnternetan sido las únicas de la diplomacia occidental antes de la imprevista huida de Ben Alf. Y la actitud americana ha tenido que ser determinante de la posición del Ejercito tunecino al negarse a actuar como fuerza represora.

Ahora se abren numerosos interrogantes y, entre el temor y la esperanza, se especula con que la Revolución de los Jazmines, que así se la llama aunque haya nacido con el olor de la carne quemada, pueda contagiar a otras dictaduras del norte de Africa, o frustrase por su contaminación por elementos islamistas.

La Historia está por escribir pero desde la caída del muro de Berlín en 1989 la democracia había progresado un poco bastante en todas partes menos en el mundo árabe. Y de repente, ante la sorpresa de las cancillerías europeas y a contracorriente de todas las teorías de la realpolitick, un país musulmán desciende a la calle y expulsa a pedradas a un dictador corrompido y brutal sin que los islamistas hayan jugado ningún papel clave.

Esta es la característica mas na vedosa de la primera revolución pacífica popular que ha expulsado a un dictador árabe. Como dice el profesor Roy, a los islamistas no se les ha visto ni se les espera.

El suicidio a lo bonzo que prendió fuego a la mecha fue el último y quizá el único posible acto de libertad frente a la dictadura. Nada que ver con el terrorista islamista que muere matando.

Tampoco nada contra el imperialismo americano. De una manera más simple, los tunecinos sólo querían y quieren librarse de un dictador y de sucleptocatica familia.

Túnez representa un punto de inflexión en el comportamiento político del mundo árabe. Ojalá lo sea también en la actitud política de Occidente y que entendamos que la realpolitik que ahora toca es apoyar la democratización de nuestro entorno musulmán cuando realmente lo único que nos ha importado hasta ahora ha sido que nos ofrecieran estabilidad frente al islamismo que tememos, aunque a veces no exista.

 

Presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia

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