Comienzo a escribir estas líneas mientras se celebra la gala inaugural del Festival de Cine de San Sebastián. Esta edición del Zinemaldia se nos hará un poco más cercana dado que EITB pasa del viejo papel de colaborador del Festival a estar ahora donde toca, como Patrocinador Oficial, junto a RTVE.

Es de imaginar que esto revierta en la presencia del Festival en el país y eso es bueno para todos. Nos ayuda a compartir una visión de los grandes hitos culturales de los que en conjunto nos deberíamos sentir parte y orgullosos. Se anuncia la participación del ente público vasco –y por tanto la contribución de cada uno de nosotros– en 12 producciones vascas que se proyectarán en Zinemaldia (tres películas, siete documentales, un corto y dos series). No parece mala cosecha.

De toda esa producción me interesa ahora comentar la película Marco, del hasta la fecha infalible trío compuesto por Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga. Quienes han pasado de Loreak a Balenciaga, pasando por Handia y La Trinchera Infinita, se han ganado sobradamente el derecho a despertar nuestra atención aún antes de que la película se estrene.

Por eso, cuando hace un par de semanas salí para un viaje, me llevé el libro que Javier Cercas escribió sobre ese mismo personaje y que tituló El Impostor. El libro esperaba en mi biblioteca sin muchas opciones de ser leído. Cercas me interesó mucho hace un tiempo. Algunas de sus obras aportaron cosas nuevas y necesarias, pero últimamente me daba la impresión de que se repetía un poco en temas, enfoques y recursos. Así que, si no hubiera sido con la finalidad de preparar mejor la película, no le habría hincado el diente a ese libro. Otra cosa que le debo al citado trío. Quizá no resulte un libro brillante, ni por estilo, ni por estructura, pero sí que es una riquísima mina de dilemas morales en la que hundirse.

Lo más interesante no es centrarnos en el personaje, sus peripecias y sus fabulaciones, por muy atractivas que resulten. La trama es sin duda delirantemente sabrosa, pero lo mejor viene cuando el libro deshoja otras lecturas posibles. Cuando se revisa una transición española de la que la desmemoria de muchas biografías fue parte. No lo critico. No descarto que en parte fuera inevitable o que pueda considerarse un mal menor. Simplemente resulta importante no ignorarlo.

Me pregunto qué biografía pública presente pudiera resistir sin despeinarse la labor de un censor que dedicara años a encontrar cada contradicción, exageración o desviación en lo que nos contamos a nosotros mismos y a los otros sobre nuestra vida y quiénes somos. Quién podría resistir que se entrevistara a quienes hemos dejado por el camino y ver que quizá no den de nosotros la imagen que nos gustaría escuchar. No todos hemos mentido de forma tan objetiva, palmaria y esencial, bien, por supuesto. El engaño de semejante dimensión y consecuencias requiere censura absoluta, sin duda. Pero más interesante que sumarse a ningún comité inquisitorial de primeras piedras, sería –y esa es la función de la literatura y del arte cinematográfico– imaginar nuestras biografías en el espejo deformado de este antihéroe.

La labor del Cercas se enfrenta a dilemas morales. ¿Humanizar al personaje es rebajar la gravedad de su mentira?; ¿centrarse en la censura y en perseguir cada miseria de su trayectoria resulta un enfoque equilibrado?; ¿es una labor noble? La literatura parece que diera al autor la libertad para sortear estos dilemas sin necesidad de resolverlos, pero no estoy seguro de que en este caso Cercas lo haya logrado.

Son los mismos retos a los que, supongo, la película se enfrentará con sus propios recursos, con las posibilidades y limitaciones del lenguaje cinematográfico. La verdad es que tengo mucho interés por saber cómo la muy solvente tripleta citada ha sido capaz de afrontar semejante reto. Nos vemos en los cines cuando se estrene y luego lo discutimos, si a ustedes les apetece.