Artículo publicado en Deia, 06/04/2013.
Como en todo -o casi en todo- lo que tiene que ver con política se entremezclan los puntos de vista de la pura gerencia o dirección política con los de la comunicación política. Desde el punto de vista de la segunda, resulta patente que el cumplimiento de los primeros cien días de un gobierno nuevo es actualmente una buena -e inevitable- excusa para abrir el debate público sobre lo realizado hasta la fecha, el análisis de la situación y si se mantienen o modifican las expectativas generadas en las últimas elecciones.
Desde un punto de vista más centrado en la dirección política, es también una ocasión muy interesante para medir lo que se ha hecho y conocer las expectativas de la población. Pero conviene ser cauteloso y no caer en la tentación de emitir juicios demasiado rotundos a la vista de los logros obtenidos y de las nuevas expectativas generadas.
La razón de esta tentación hay que buscarla en el origen y el significado inicial de esta peculiar y prematura rendición de cuentas. Tal y como cuenta Albert Medrán, el pionero en utilizar esta idea de los primeros cien días fue Franklin Delano Roosevelt, presidente de los Estados Unidos por el Partido Demócrata. Roosevelt ganó las elecciones de 1932, fue nombrado presidente en marzo de 1933 (cuarto año consecutivo de la Gran Depresión) y en sus primeros cien días de gobierno se empeñó a fondo en aprobar quince leyes que apuntaban a una mejoría de la dramática situación económica a corto plazo. Esta nueva política fue llamada New Deal (Nuevo Trato) y le permitió ganarse la confianza de la ciudadanía en un momento clave.
A la vista está que las comparaciones pueden resultar odiosas y hay que tener muy presente que, probablemente, las situaciones no sean comparables por mucho que haya algunas similitudes sorprendentes entre lo vivido en los Estados Unidos en 1933 y lo que nos toca vivir ahora mismo en Euskadi.
Franklin D. Roosevelt, como ya se ha dicho, fue nombrado presidente de los Estados Unidos en el cuarto año de la Gran Depresión e Iñigo Urkullu ha sido nombrado lehendakari del Gobierno vasco en el quinto año de esta gran crisis. El paro en 1933 afectaba al 25% de la población activa de Estados Unidos y según la última encuesta de población activa del INE, el paro en el Estado ascendía al 26,02% y en Euskadi rozaba el 16% pero con una clara tendencia al alza. En 1933, al igual que ahora; se cerraban bancos, la pérdida de confianza de la población era enorme y el propio sistema democrático establecido era puesto en cuestión por su capacidad para resolver problemas.
Roosevelt tenía muy claro que el primero de sus retos era el de transmitir a la ciudadanía la seguridad de que se iba a salir del pozo en el que estaban y que el segundo reto era el poner a la gente a trabajar. Aquí, los retos son los mismos y a la vista de la encuesta realizada por el Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno vasco con motivo de, precisamente, los primeros cien días del Gobierno, parece que el primero se ha cumplido. El 60% de los encuestados asegura que “este gobierno sabe cómo resolver los problemas del País Vasco pero necesita tiempo”. Un porcentaje muy superior al apoyo electoral recibido hace apenas algo más de tres meses. En cuanto al segundo, no parece casual que el Plan de Empleo haya sido el primer plan, y junto al e financiación de pymes el único que se ha elaborado y presentado en estos primeros cien días.
Pero también existen grandes diferencias que nos recuerdan aquello de que nadie se baña dos veces en el mismo río. El significado original de los primeros cien días estaba unido al éxito que supuso sacar 15 leyes en ese corto espacio de tiempo. Eso fue debido a la inusual armonía entre ejecutivo y legislativo, que Roosevelt se encargó de promover a base de continuas sesiones extraordinarias con el Congreso. Se llegó a comentar que los congresistas se habían olvidado de que eran demócratas o republicanos. Solo así se puede entender que se aprobaran las quince leyes con el apoyo mayoritario de los demócratas y el de no pocos republicanos.
Hoy en día resulta impensable que en el Parlamento Vasco (o cualquier parlamento del entorno) los parlamentarios -los encargados de legislar- renieguen de las disciplinas de sus respectivos partidos políticos. Actualmente, los acuerdos necesarios para aprobar leyes, son acuerdos entre partidos políticos, tal y como estamos viendo en el proceso de aprobación de los presupuestos. El reto de hoy en Euskadi no es el de convencer a seis o siete parlamentarios de que la situación económica es extraordinaria. El reto es que los partidos políticos dejen de lado, en una situación como esta, sus legítimos intereses partidistas. Ese es el gran reto para el lehendakari Urkullu y creo que está en ello. Un reto en el que la capacidad de comunicar de los partidos y la influencia de los medios de comunicación pueden resultar decisivas.
No acaban ahí las diferencias. No es lo mismo ser el presidente de los Estados Unidos en 1933 que el lehendakari de una autonomía de un Estado de la Unión Europea en un contexto de globalización. La capacidad legislativa y la de poder decidir no tienen nada que ver. Por si fuera poco, la globalización ha hecho que los problemas a resolver sean no solo globales sino más complejos. Se echa en falta una institución con legitimidad democrática y capacidad real de tomar decisiones globales en la línea de lo expresado por distintos pensadores en el Manifiesto por una democracia global.
En definitiva, es inevitable pasar por el examen de los primeros cien días de todo gobierno, pero la nota a sacar no debería de tener mucho que ver con el grado real de cumplimiento del programa electoral o de solución de problemas. Más bien se trataría de renovar la confianza de los votantes y de vislumbrar lo que pueda pasar en el resto de la legislatura.
Es una cuestión de imagen y posicionamiento, que no es baladí y que en el caso de Euskadi va a estar muy condicionada por la aprobación o no de los presupuestos que ya han sido elaborados, inusualmente, en los primeros cien días de gobierno.