Artículo de opinión de Juanjo Álvarez @jjalvarez64 publicado el 24/02/2019 en Deia (enlace), Noticias de Navarra (enlace), Noticias de Gipuzkoa (enlace) y Noticias de Alava (enlace).
Al catártico contexto que vive la política española se ha sumado la convocatoria anticipada de elecciones generales para el último domingo de abril abriendo así un ciclo político frenético. La efervescencia preelectoral no parece ser el mejor antídoto para mitigar ese clima convulso, marcado por una suerte de matonismo dialéctico. La pregunta clave es cómo lograr que tanta beligerancia discursiva deje paso al necesario ejercicio de moderación, responsabilidad, sensatez y sentido común que la política y la sociedad necesitan.
¿Votará la ciudadanía pensando en clave de bloques?; ¿Se hartará de tanto abuso dialéctico?; ¿Se logrará movilizar a quienes no sienten la pulsión democrática de participar en un momento tan crítico para el futuro de la convivencia?; ¿Se dejarán llevar por la efervescencia emocional de discursos tan enfáticos como excluyentes?; ¿Cómo solventarán Casado, Rivera y Abascal la necesidad de marcar terreno cada uno de ellos contraponiendo su discurso al de los otros dos líderes con los que aspiran a llegar al poder?
Son demasiadas preguntas sin respuesta y llega ahora el momento de las encuestas, de los análisis demoscópicos, de las previsiones experta, pero lo que dictará sentencia será, una vez más, el veredicto de las urnas. A una primera gran incógnita, concretada en saber si, como parece, PSOE, C´s y Vox mejorarán sus resultados y PP y Podemos verán minorado su apoyo electoral se une la derivada de la proyección del sistema electoral español sobre una atomizada suma de circunscripciones provinciales que puede ofrecer muchas sorpresas en el reparto final de los 350 escaños. ¿Qué bloque sumará los deseados 176 diputados?; ¿Y si se llegara a una situación de bloqueo en la que Sánchez encabeza la lista más votada pero no sumase la mayoría suficiente y ni Rivera ni Casado acompañados de Vox (único apoyo previsible, porque ni nacionalistas ni independentistas les apoyarán) lograsen sumar una mayoría parlamentaria ante la oposición del resto?
En la foto final va a resultar determinante el orden que marquen los resultados y la distribución de los restos: ¿tras la previsible mayoría de votos del PSOE, quien quedará en segundo lugar, el PP o C’s? conscientes de ello, ambos líderes van a acompasar las críticas a Sánchez (a través de un recurrente discurso negativo, destructivo y crispado) y a la vez se verán obligados a simultanear toda esa energía negativa con una creciente lucha cainita entre ellos, unos aliados peleados a su vez por conquistar el bloque ideológico de la derecha española; ¿Se beneficiará Vox de ello o por el contrario su falta de estructura electoral en muchas provincias le penalizará en su previsible quinto lugar electoral, tras Podemos?
Pero la fórmula aritmética de suma a tres que les ha dado el poder en Andalucía (elección autonómica en que el hecho de haber ido divididos no les ha penalizado) no es extrapolable al ámbito de las elecciones generales, en particular en toda la larga lista de provincias pequeñas que aportan por debajo de nueve escaños.
Cabe recordar ahora, antes de las elecciones, que si concebimos la democracia como un modelo de gobierno basado única y exclusivamente en los votos el propio sistema acaba necesitando prometer muchas cosas y gastar ingentes previsiones presupuestarias para atender a esas promesas, generando dinámicas difíciles de controlar. Las urnas no otorgan poder para adoptar cualquier decisión a los gobernantes. No debería servir, por ejemplo, para justificar inversiones faraónicas que conduzcan a AVE’s sin pasajeros, autopistas de peajes sin vehículos o aeropuertos sin aviones, todo ello bajo la «excusa» argumental de que con su construcción se está atendiendo a las demandas de los ciudadanos.
Una verdadera calidad democrática requiere profundizar en la educación ciudadana, exige insistir en pedagogía democrática, demanda trabajar para fortalecer la implicación en y con el sistema de los ciudadanos. Vivimos en un mundo y en una sociedad cada vez más difíciles de gestionar y la democracia se enfrenta a nuevos retos.
Poco importa cómo bailan nuestros políticos o cómo cocinan. Frente a ello, cabe reivindicar la legitimidad funcional o instrumental de la política: que sirva para resolver los problemas que genera la propia política, que dejen de lado la confrontación permanente y ensanchen las vías de acuerdo. Eso sí que es trabajar sin recursos retóricos y sin el recurso a la épica impostada de quienes están convirtiendo la política en farándula.
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