En la época de la indignación hubo quien aseguró que el miedo cambiaría de bando, sin adivinar que estaba agitando una munición electoral especialmente peligrosa. Se acaba generando así una cultura política en la que el miedo, con diferentes versiones, se generaliza e instala en todos los bandos. No hay nada más dañino que instalarse en aquel punto en el que, con palabras de Charles Taylor, el sueño de unos se convierte en la pesadilla de los otros. Es mucho mejor trabajar el miedo ajeno para disiparlo o aminorar su intensidad en la medida de lo posible, que producirlo. Como estrategia política, dar miedo es una de las maniobras más torpes. El miedo que atenaza a unos puede efectivamente cambiar de bando, pero en la dirección menos esperada y deseable, fortaleciendo una hostilidad que termina volviéndose contra cualquiera. Que otros tengan miedo no nos protege del nuestro. Sus miedos pueden alimentar en nosotros aquellos miedos de los que pensábamos librarlos al provocárselos. Tal vez lo más amenazante para nosotros sean esos miedos ajenos que, lejos de ofrecernos, por contraste, seguridad, nos conducen a una situación general de irracionalidad, desconfianza mutua, confusión, imprevisibilidad, en la que finalmente todos, no solo ellos, ni unos pocos, nos muramos de miedo. l

Catedrático de Filosofía Política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y titular de la Cátedra Inteligencia Artificial y Democracia del Instituto Europeo de Florencia