Artículo publicado en Deia y Noticias de Gipuzkoa, 16/02/2014.
El último comunicado de ETA prologa, anticipa, y de nuevo prolonga argumentalmente sine die, sin plazo, su anunciado final. Para materializar su disolución definitiva necesitan coraje democrático, el mismo que reclaman de otros «actores», y cuanto más retrasen esta decisión más compleja será la gestión política y más desapego, más austeridad emocional y más desafección despertarán en la gran mayoría social vasca, impulsada desde el hartazgo, el cansancio y la evidencia de priorización social ante problemas mucho más graves y cercanos para la ciudadanía, por encima de ideologías, preocupada por la crisis, por la convivencia, por su futuro.
Y en el raíl de la política vasca…¿cómo se asiste a esta resistencia de ETA a anunciar su final, ya amortizado tanto socialmente como en su vertiente de clave o baza electoral? El frentismo, la trinchera ideológica sigue exacerbando las discrepancias políticas y sociales, está radicalizando el discurso político y está cerrando o al menos frenando las vías de acuerdo transversal que necesita Euskadi para avanzar social y políticamente. Pese a esta perpetuación de la cerrazón partidista, corren tiempos de catarsis en la política vasca y todas las organizaciones políticas comienzan ya su proceso de reflexión para resituarse o reubicarse ante el deseado y esperado escenario de la desaparición definitiva de ETA.
La nación vasca no es una entelequia política sino el horizonte en el que se articulan todas las esperanzas de la sociedad vasca. No se construye frente a nadie ni contra nadie ni para excluir a nadie. No sobra ningún vasco en su creación, en su articulación y en su consolidación. Tenemos que ser capaces de construirla como un espacio de encuentro y de solidaridad, como una promesa para los más débiles, como un lugar de reconciliación entre lo económico, lo ecológico y lo social, como un horizonte de plena igualdad entre hombres y mujeres, como un espacio de integración. En tanto que ciudadanos y ciudadanas tenemos derecho a esperar todo esto de la política y a encontrar en ella un motivo firme para no desesperar, para salir de la crisis, para avanzar efectivamente hacia el autogobierno, para la paz definitiva, para la convivencia plural.
No es tiempo de mudanzas ideológicas ni de acomplejadas relaciones entre fuerzas políticas, y sí de ejercicios pactistas que permitan avanzar. Se puede acordar sin desvirtuar la propia identidad. Desde el nacionalismo institucional que representa EAJ/PNV es posible, y además necesario, porque lo reclama el contexto social y político, fortalecer dos dimensiones políticas de forma sincrónica: su propio perfil ideológico y su capacidad para construir pactos transformadores.
La inmensa mayoría del pueblo vasco repudia y rechaza a ETA y su barbarie como instrumento de acción política. Y en contextos de continuidad como el que vivimos la superación del vigente estatus político solo puede alcanzarse a través de un proceso político y social respetuoso con las reglas de juego vigentes y que logre una amplia mayoría popular de apoyo. ETA carecía y carece de base social para generar esa discontinuidad política. Lo sabe. Junto al recurso a la barbarie violenta, ésa ha sido su máxima debilidad. Como de forma impecable describió D. Manuel de Irujo desde su humanismo cristiano, no cabe proyecto político alguno que desoiga y desatienda los Derechos Humanos. Ahora, cuando la izquierda abertzale trata de apropiarse de nuestro pasado histórico y construir su propio relato, merece la pena recordar a personajes de tanto calado político como el de Irujo y seguir su estela de comportamiento ético y de compromiso con el País y sus gentes.
El futuro de Euskadi como nación deberá plantearse en el contexto de una Unión Europea en construcción y en la doble dinámica globalización-reafirmación identitaria, para aportar así elementos de construcción y no de enquistamiento en el largo y contaminado debate sobre nuestra inserción como entidad territorial en un mundo globalizado.
Tener aspiraciones (individuales o colectivas) no es tener per se derechos. Creemos, con demasiada frecuencia, que es un valor positivo jugar en clave de País al todo o nada. Aspirar lícitamente a la independencia y no admitir la necesidad de avanzar pautadamente conduce finalmente al inmovilismo en las aspiraciones políticas. Queda muy bien para el discurso populista de arengar a las bases, pero no es creíble en términos de realismo político. Lo positivo, lo saludable políticamente es tener ilusiones y proyectos de futuro como pueblo, como nación y aspirar a un nuevo esquema de desarrollo nacional en el entorno europeo con mayores y más efectivas cotas de autogobierno, buscando alcanzar el máximo consenso social posible.
Entre reivindicar la secesión y exigirla ya y promover el avance en nuestro autogobierno hay un trecho a recorrer. ¿Cuál es ese camino? La respuesta nos la dio hace unos años la decisión del Tribunal Supremo Canadiense: conseguir mayorías sociales claras, de forma que se superen todos los muros que frenen sus aspiraciones. Ése ha de ser nuestro norte y nuestro iter.