Artículo publicado en El Diario Vasco, 28/07/2013.
Edward Snowden, exempleado de la NSA, reveló el sistema de escuchas llevado a cabo por la agencia estadounidense de servicios secretos. Es perseguido desde entonces por ello, y continúa en la zona de tránsito del aeropuerto de Moscú desde el 23 de junio. Ha anunciado que pide asilo a Rusia, y por el momento, todos los países europeos a los que ha solicitado asilo se lo han denegado. ¿Criminal o héroe? Su caso ha permitido reabrir el debate sobre los límites de los modernos sistema de espionaje. Bajo el altar de la seguridad los Estados sacrifican derechos fundamentales, entre ellos el del secreto de nuestras comunicaciones o nuestra privacidad e intimidad. Vivimos en la sociedad del control.
¿Debemos admitir esta especie de «Gran Hermano» (ya anunciado por George Orwell en 1948) que arrastre bajo la red pelágica del control todos nuestros derechos? ¿Debe Europa proteger y dar amparo a Snowden? ¿Puede Europa mostrarse hipócritamente ofendida frente a EEUU, cuando las informaciones obtenidas revelan que también muchos de los Estados europeos (entre ellos Alemania, Francia o Reino Unido) han espiado sin rubor a sus ciudadanos y a gobiernos extranjeros? Bajo el argumento de la prevención se alza la conocida doctrina seguida por anteriores gobiernos de EEUU y no del todo anulada por Obama, asentada en la idea de que no cabe invocar los Derechos Humanos cuando se trata de supuestos terroristas. Esas violaciones de derechos humanos son «simples excesos» o «efectos colaterales». Todo esto vuelve a ponerse encima de la mesa como derivada del caso Snowden.
La dimensión geopolítica del control de las comunicaciones se ha convertido en una «materia prima» clave para los gobiernos estatales. El control de Internet y de las comunicaciones otorga al poder que lo ejerce una ventaja estratégica. La comunicación, y su control, es la piedra de toque del poder, porque el pensamiento colectivo se elabora en el terreno de la comunicación. Maquiavelo se preguntaba ya en el siglo XVI («El Príncipe»), si el Estado debía combatir con la ley o con la fuerza. Ni una ni otra parecen ahora necesarias: el control absoluto aporta ya esa sensación de poder y control absoluto. Cada uso de ordenador, de Internet o de tarjeta de crédito deja huellas imborrables que delatan nuestra identidad, nuestra personalidad. ¿Cómo lograr el equilibrio entre libertad y seguridad? ¿Debemos aceptar acríticamente menos privacidad, menos intimidad, a cambio, supuestamente, de más seguridad?
En este contexto, uno de los aspectos que más llama la atención de este grave caso de espionaje generalizado y global denunciado por Snowden es la aparente falta de empatía entre la población, concretamente la norteamericana y la británica, cuyos gobiernos son los impulsores de estas actividades, pero también en la europea. El esquema de actuación (ordenado en regulaciones secretas, ejecutado a través de procedimientos secretos) era desconocido para la mayor parte de la ciudadanía. Por eso mismo, en la medida en que no está sometido a debate y control público, resulta potencialmente muy peligroso. La seguridad nacional no puede justificarlo todo, al menos si uno quiere seguir llamándose un país libre y democrático. Y, sin embargo, la gente parece conformarse si se les dice que es por su seguridad.
La figura de Snowden se debate así entre el calificativo de traidor, la cierta indiferencia de una mayoría silente y la solidaridad y adhesión a su acción de denuncia pública de tales prácticas por otra parte de la población. La legislación americana (Patriot Act) atribuye amplios poderes a las agencias de espionaje. Esas normas permiten interceptar comunicaciones y requerir información a los proveedores de Internet con el fin de almacenar “data” y “metadata” (contenido de los mensajes o únicamente sus parámetros). Y conforme a la normativa interna americana Snowden debe ser sancionado. La ética y lo legal chocan de nuevo.
Desde la perspectiva europea Snowden merecería nuestra protección. Nuestro Derecho no permite que una potencia extranjera se dedique a interceptar las comunicaciones de los ciudadanos europeos y de sus representantes políticos, incluidos los de las instituciones europeas. Sus revelaciones han servido para denunciar estas actividades y Obama no las ha contradicho en ningún momento. Sólo afirma, con un punto de cinismo, que para eso están los servicios de inteligencia, para obtener información. Pero a la vista de esa forma de proceder, Snowden merece el amparo europeo, no solo desde el punto de vista moral, sino también jurídico. El tratado de extradición entre EEUU/UE exceptúa los delitos de carácter político, y los tribunales europeos podrían estar dispuestos a proporcionarle amparo.
Pese a ello, y de momento, Europa ha guardado silencio y ha generado además el esperpéntico caso del avión de Evo Morales. Como indicaba en su blog el jurista Rodrigo Tena, la prohibición de sobrevolar Francia, Italia y Portugal o el patético intento del embajador español en Viena por fisgonear en el WC del jet del presidente boliviano son poco gratificantes desde un punto de vista diplomático y legal.