Artículo de Daniel Innerarity publicado en El País, 04/01/2015
Era cosmopolita porque no se sentía absolutamente protegido en ninguna parte y, al mismo tiempo, porque consideraba suyos todos los problemas del mundo.
A principio de los ochenta, Ulrich Beck ofrecía un curso en la Universidad de Munich sobre la sociología del riesgo y a quienes estábamos en el edificio vecino estudiando sesudas cuestiones sobre el idealismo alemán nos resultaba tentador acudir a sus clases en las que se ofrecía una interpretación muy seductora de lo que estaba pasando en la realidad. En 1986 publicó el libro que le haría célebre y que se apoyaba en la inquietante experiencia de Tshernobyl: La sociología del riesgo. Estaba marcado por esa trágica experiencia y por otras más banales, como la de sentirse muy cómodo en diversos países y tal vez fuera eso lo que le llevaba a no creer que los estados nacionales fueran el instrumento adecuado para resolver nuestros grandes problemas, o no al menos mientras no se transformaran profundamente, aceptando su pluralidad interior y entrando en una lógica de cooperación hacia fuera. Era cosmopolita porque no se sentía absolutamente protegido en ninguna parte y, al mismo tiempo, porque consideraba suyos todos los problemas del mundo.
Recuerdo una anécdota de esa intemperie en la que le gustaba desenvolverse. A principios de los años noventa, el entonces lider de los socialdemócratas alemanes, Rudolf Scharping, le visitaba a Beck en su casa junto al lago Starnberg, al pie de los Alpes bávaros. El tema de la conversación era la sociedad del riesgo y los cambios que la izquierda debía acometer para entender las nuevas realidades y gobernarlas. Charlaban en el jardín y Scharping no conseguía encender un cigarro porque era incapaz de saber de dónde venía el viento y protegerse de él. Beck me relataba unos años después la escena, en aquel mimso lugar, y le parecía una imagen elocuente del desconcierto que se ha apoderado del sistema político en medio de la tormenta. Por un lado, simbolizaba muy bien esa nueva intemperie en que se ha convertido nuestro mundo imprevisible, inestable y contagioso. Fenómenos de tipo meteorológico como los vientos desbaratan cualquier protección. La política parece cada vez más un subapartado de la climatología o de la oceanografía; las elecciones se ganan o se pierden en función de unos movimientos tan poco dirigibles como los vendavales o las mareas. Por otro lado, las dificultades de Scharping reflejan la actual volatilidad de las instituciones políticas, lo que no es tanto un problema práctico de liderazgo político como una incapacidad de saber de dónde viene el viento, es decir, de comprender lo que está pasando.
Compartimos este curso académico varias conversaciones por haber coincidido en la London School of Economics como profesores visitantes, alguna vez junto con su mujer, Elizabeth, otra eminente socióloga. Siempre te regalaba con una amable sonrisa y siempre proponía alguna interpretación de lo que estaba pasando: en Europa, en Alemania, en Escocia… Era capaz de introducir toda una teoría en una brillante metáfora. Desde que propusiera la de «sociedad del riesgo», toda su vida intelectual giró en torno a ellas y nos seguirán dando mucho que pensar. Formaba parte del Consejo Asesor Internacional del Instituto de Gobernanza Democrática y nos ayudó mucho en sus comienzos. Beck murió de un infarto el 1 de enero de 2015, a la edad de 70 años y cuando aseguraba sentirse con muchas cosas por hacer.