Artículo de opinión de Juanjo Álvarez publicado en Diario Vasco el 11/03/2018
Polémicas como las suscitadas en estas últimas semanas muestran cómo tenemos un importantísimo reto, del que depende en buena medida el futuro de nuevas generaciones en Euskadi: podernos mirar a la cara sin odio ni rencor, ser capaces, con mayor o menor empatía personal, de hacer realidad el sueño de una convivencia social y personal normalizada. La base ética de mínimos, la premisa para alcanzar este objetivo pasa por reconocer, sin ambages, que amenazar, chantajear, amedrentar y por supuesto atentar contra la vida o la integridad física de cualquier persona es, ha sido y será, sencillamente, inadmisible, insoportable e injustificable.
Por eso, por respeto a esta regla básica de convivencia, rendir homenajes públicos a personas pertenecientes a ETA o que utilizaron o justificaron la violencia como medio para conseguir fines políticos es rechazable en el plano ético y político. Un recibimiento privado por parte de amistades y de familiares es respetable y comprensible. Ocupar las calles rindiendo homenaje a su regreso a casa hiere, provoca un dolor añadido a las víctimas que carece de toda justificación si de verdad queremos avanzar hacia una convivencia entre diferentes.
Todos debemos intentar trabajar y dar pasos para el logro de una convivencia social en paz, pero parece claro que no todos tenemos que hacer el mismo recorrido. De lo que se trata ahora es de recuperar para la convivencia democrática a quien no fue capaz entonces de entender que la violencia carecía justificación, pero no de ofrecerles ahora una legitimación inmerecida.
Tras el cese definitivo de la violencia por parte de ETA y a la espera de su irreversible disolución procede abordar las consecuencias derivadas de tanta barbarie y trabajar por sentar las bases que hagan posible reconstruir la convivencia. Dos planos complementarios, pero diferenciados: el de la convivencia social y el de la convivencia política exigen esfuerzos en paralelo, sin descuidar la triple dimensión de trabajo: ética, política y jurídica.
W.Faulkner dejó escrito que el pasado no pasa nunca, ni siquiera es pasado, es solo una dimensión del presente. Diferir el compromiso, el reto de la convivencia a otra generación supondría declinar nuestra responsabilidad como ciudadanos, un mandato ético que nos interpela a todos. Y no podemos ni debemos dejar en manos exclusivamente de la política esta exigencia de convivencia en paz.
En los momentos de resolución de un conflicto hay otra forma de desprecio que se cierne sobre las víctimas. Entenderlo es fundamental para comprender por qué las víctimas suelen sentirse entonces nuevamente amenazadas y cómo disipar ese temor. Podríamos llamarlo “la amenaza de la simetría» que algunos pretendan establecer entre ellas y sus agresores. Una guerra o un conflicto entre comunidades puede acabar así, pero en Euskadi no ha habido ni lo uno ni lo otro. Ni siquiera los infames episodios de violencia de Estado pueden justificar un esquema de simetría, de tal manera que la culpabilidad estuviera repartida a partes iguales. La violencia no ha sido nunca inevitable, ni cabe justificarla como respuesta adecuada a otra violencia anterior.
Es necesario, más que nunca, autocriticarse. Mirarse de verdad, sinceramente, sin postureos, hacia uno mismo. Reconocer el error, aprender del error, valorar el error como un mecanismo de aprendizaje íntimo. No podemos pedir a los demás lo que no estamos haciendo nosotros mismos. Siempre es mucho más fácil encontrar una excusa, esgrimir un argumento para no afrontar mi error que reconocerlo. Pero quien de verdad da ese paso, sin esperar nada a cambio, sin exigir que otros lo den, queda reconfortado, seguro, y logrará que su ejemplo cuestione la apatía, la cobardía, la siempre cómoda actitud que implica apostar por diferir sine die, sin plazo, una toma de decisión.
Una verdadera autocrítica, siempre unilateral, no pretende formular reproche a quien no la haga. Ese valor moral, el coraje de reconocer que nos hemos equivocado es un motor que pone en marcha la empatía, la solidaridad, nos hace mejores personas. Siempre es más fácil decir que «todavía no toca», que «otros también lo hicieron mal», que «otros no hacen esa autocrítica».
Por encima de tacticismos, del temor a enfrentarte a tu pasado, el que de verdad incorpora autocrítica en su vida ejerce un poder sobre su pasado, mejora su relación con la realidad, vive equilibrado con su propia conciencia, huye de prepotencias, de absolutismos. ¿Rectificar es un fracaso o un éxito vital?
Sin autocrítica no hay reconciliación, y sin ésta no podremos lograr un futuro compartido, porque siempre pensaré que mi mal, mi error, mi incorrecto actuar tenía una causa, una razón que lo justificara. La llave la tenemos cada persona: la asunción de responsabilidad es signo de valentía, de compromiso por la paz.
Merece la pena sembrar la semilla del bien, que de energía negativa ya vamos sobrados. Invertir tiempo y dedicación a la cultura de paz, una rebelión cívica que nos hará mejores personas, seguro.
Las víctimas son una referencia fundamental en una sociedad justa no por la ideología que profesaron sino por la injusticia que sufrieron y que merece ser reconocida y reparada en lo posible. La sociedad vasca ha avanzado en tal reconocimiento y tendrá que seguir haciéndolo para conseguir una memoria pública universal basada en la justicia y la verdad.
Ver más trabajos de Juanjo Álvarez