Entrevista de Olatz Prat a Daniel Innerarity @daniInnerarity publicada el 07/05/2022 en Eitb.eus (enlace)
Eitb.eus ha preguntado al filósofo bilbaíno sobre la saturación informativa que padece la sociedad actual y su gestión, así como la función de los medios de información y el uso de la información en el contexto de la guerra.
Daniel Innerarity es catedrático de filosofía política y social, investigador de IKERBASQUE en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática. Es profesor a tiempo parcial en el Instituto Universitario Europeo en Florencia. La revista ‘Le Nouvel Observateur’ le incluyó en 2005 en la lista de los 25 pensadores más influyentes del mundo.
En su último libro La sociedad del desconocimiento, publicado por Galaxia Gutenberg, (Barcelona 2022) el filósofo Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) desgrana las claves para entender el papel que tiene el conocimiento en la sociedad digital y globalizada, así como diversos elementos que orbitan a su alrededor, las redes sociales e Internet, la ciencia, el uso de la información y la desinformación, la cultura o la educación; todo ello, sin perder de vista un elemento clave: el desconocimiento, inherente al propio conocimiento. Ya lo dijo Sócrates: Solo sé que no sé nada.
Eitb.eus ha preguntado al filósofo sobre la saturación informativa que padece la sociedad actual y su gestión, así como la función de los medios de información y el uso de la información en el contexto de la guerra. De sus palabras se adivina la voluntad y la capacidad de ver siempre el vaso medio lleno, de tomar como oportunidad cualquier reto o dificultad.
Asegura, por ejemplo, que las redes sociales -en las que cualquiera puede opinar o informar sobre cualquier cosa, en cualquier momento y desde cualquier lugar-, democratizan a la par que desorientan. «Cuando la información no viene filtrada y estructurada, se gana en libertad y en emancipación individual, pero se paga con una desorientación. Tenemos un ruido genérico de fondo, en el que nos resulta muy difícil discriminar la información relevante de la trivial, e incluso de la estrictamente falsa».
Así, señala que, «si la generación de nuestros abuelos tenía un problema de escasez de información, nosotros tenemos otro de dificultad de orientación».
Apunta a que, con la instauración de las redes sociales como la principal fuente de información de la ciudadanía, los medios de comunicación han perdido su función de filtro, que marcaban, de alguna manera, criterios de relevancia y reducían la complejidad de los acontecimientos.
Ahora, afirma, «los medios están en crisis, se encuentran con dificultades para ordenar ese ‘ruido’ y eso mismo conlleva que la sociedad tenga dificultades para asimilar y entender la información«. Explica que «las redes sociales han roto la distinción tajante que antes había entre información oficial y conversación privada. Eso es una ganancia de libertad enorme, porque horizontaliza la comunicación y evita el poder de los que la controlaban». Pero advierte de que «simplemente, hay que saber que en ese espacio uno tiene que construirse su propio observatorio y su propio criterio, y eso ya no le va a venir dado por un periódico clásico que estructura la información, sino que se lo tiene que hacer uno mismo».
Aun así, no cree que el espacio de Internet y de las redes sociales hayan «disuelto» otros entornos informativos como los medios clásicos de información, y prevé para el futuro un sistema informativo híbrido «en el que uno se informará y expresará su opinión a través de redes sociales y también se informará e incluso expresará su opinión a través de buzones de lectores o cartas al director que hay en otros medios de comunicación».
«Los medios de comunicación tienen que aportar algo que las redes sociales no ofrezcan, que es criterio, valoración, análisis»
A su entender, los medios de comunicación deben adecuarse a la nueva realidad, «del mismo modo que los profesores hace tiempo que no competimos con Google, porque Google sabe mucho más que nosotros en lo que se refiere a un determinado tipo de informaciones, sino que tratamos de aportar y añadir un valor diferente a lo que cualquier estudiante puede encontrar en Internet; igualmente, los medios de comunicación tienen que aportar algo que las redes sociales no ofrezcan, que es criterio, valoración, análisis«.
Cree, además, que «en un entorno poblado de redes sociales, ese criterio autorizado no solamente no es superfluo, sino que es incluso más necesario que en otro tipo de paisaje informativo. Necesitamos gente que con autoridad reconocida ordene todo ese caos, separe el fluido de la información relevante y nos ayude a configurar nuestra opinión mejor»
Afrontar la desinformación y las fake news
Innerarity distingue entre las noticias falsas y las falsas noticias o fake news. Las primeras son las emitidas por equivocación y no suponen, según él, un grave problema para la democracia. Las segundas, las que presentan falsificaciones deliberadas de la realidad, esas sí deberían de combatirse.
Admite que «no es un asunto fácil». Por una parte, valora el «buen periodismo» que se está haciendo en el terreno del fact-checking, «medios y periodistas que se dedican a desmontar falsas noticias u opiniones que no tienen ningún fundamento real». Pone como ejemplo el trabajo realizado por el Washington Post para desmontar, con contador incluido, todas y cada una de las fake news emitidas por Donald Trump durante su mandato.
«Una democracia debe tener mucho cuidado con quien difunde noticias falsas, pero más todavía con quien se arrogara la autoridad de discriminar qué es una opinión correcta o incorrecta»
Sin embargo, sostiene que «el fact-checking tiene una eficacia limitada, porque el debate político solo en una pequeña parte se refiere a hechos objetivos». Explica que «cuando uno habla del PIB, el número de desempleados o el número de contagios durante la pandemia, puede ser discutible. Pero la mayor parte de lo que hacen los políticos, lo que hacen los medios de comunicación y lo que se hace en las redes, es expresar opiniones; y esa opinión puede ser peregrina, puede ser contraria a la nuestra, puede ser exagerada, pero no deja de ser una opinión libre«.
Por lo tanto, entiende que lo único que puede hacer una autoridad, del tipo que sea, a la hora de censurar o denunciar una fake news, «es no tanto decretar su falsedad sino decretar su intención de falsificar el debate público». Señala que todos decimos cosas falsas en nuestra vida diaria, cosas equivocadas, «y los políticos también, porque son seres humanos, y eso, a veces, contribuye a enriquecer el debate democrático«, pero tiene claro que «lo que no lo enriquece en absoluto es la falsedad intencionalmente producida. Y me parece que saber distinguirlas es muy importante para justificar o no que una autoridad cierre una cuenta de Twitter o censure una determinada opinión, algo con lo que tenemos que ser muy precavidos porque la libertad de expresión es algo fundamental en democracia.»
Añade y zanja: «Creo que una democracia debe tener mucho cuidado con quien difunde noticias falsas, pero todavía tiene que ser mucho más precavida con quien se arrogara la autoridad de discriminar qué es una opinión correcta o incorrecta».
La información en el contexto de la guerra
La propaganda de guerra y la utilización interesada de la información ha quedado patente durante los últimos meses, a raíz de la invasión rusa sobre Ucrania, donde el mundo se ha dividido en dos, explotando cada parte su versión de la verdad. «Es un lugar común decir que en las guerras la verdad es la primera damnificada y sería ilusorio pensar que en una guerra en la que se está matando a gente, la verdad vaya a salir indemne. Quien utiliza un misil, utilizará, nos guste o no, las armas de la desinformación, en un momento además en el que la opinión pública es muy relevante».
«Sería ilusorio pensar que en una guerra en la que se está matando a gente, la verdad vaya a salir indemne»
Lo que le llama la atención a Daniel Innerarity, que de todo extrae un aprendizaje, es que esta guerra, «una clásica guerra de invasión, de tipo colonial» cuenta con un aspecto que ha cobrado una nueva dimensión «un contexto de densa interdependencia entre los estados», que hace de esta guerra un fenómeno que va a merecer una especial atención, «por lo que pueda significar en el cambio en la manera de entender las relaciones internacionales y el mundo global».
En esa interdependencia y esa globalización, le preguntamos sobre la censura de medios y mensajes relacionados con el conflicto, como el bloqueo en Europa de los medios rusos: «En principio, en teoría, sí se estaría vulnerando el derecho a la información, lo que ocurre es que tampoco esa información es muy fiable. Prescindir de la información oficial permitida en la Rusia actual no es prescindir de una fuente de información especialmente valiosa. Y en un contexto de guerra en el que se están usando armas y causando un daño tremendo a las poblaciones, que eso sea utilizado a favor de uno de los contendientes, me parece que es una de las cosas menos relevantes de ese conflicto».
Sobre los ataques a periodistas y la situación, por ejemplo, del periodista Pablo González opina que «son hechos intolerables que tienen lugar en un marco terrible». Sin embargo, puntualiza que «sin quitarle importancia a estos hechos, deberíamos ponerlos en paralelo con la destrucción de vidas humanas, la violación de niñas y mujeres, el hambre y el exilio de tantas personas. Todo forma parte de la horrorosa normalidad de la guerra».