Artículo de opinión de Juanjo Álvarez @jjalvarez64 publicado el 26/05/2019 en Deia (enlace), Noticias de Gipuzkoa (enlace), Noticias de Álava (enlace) y Noticias de Navarra (enlace)
(Imagen cortesía de Noticias de Gipuzkoa)
La quietud dominical viene hoy acompañada de ese aire especial de las jornadas electorales. Puede resultar un poco tópico subrayar a estas alturas la importancia de una nueva convocatoria electoral, la correspondiente a las elecciones municipales, forales y europea. Las urnas han sido y siguen siendo hoy día el instrumento fundamental (y más igualitario) de nuestro autogobierno.
Ejercer el voto es a la vez un derecho y una obligación cívica porque garantiza sin posible objeción alguna la esencia de la democracia: supone la selección de quién gobernará nuestros pueblos, nuestras Diputaciones, nuestra «res» publica, así como la elección de quién nos representará en Europa, tan denostada como necesaria para civilizar nuestro futuro y atender las demandas sociales del día a día.
Como acertadamente señala Daniel Innerarity, en virtud de las elecciones quienes tienen el poder se enfrentan a la posibilidad de ser expulsados de él mediante unos procedimientos establecidos; quien está en el Gobierno se ve obligado a anticipar esa amenaza. En ese momento se visualiza que la política nos introduce en un mundo en el que hay que responder y dar cuentas, que el poder no es absoluto porque está obligado a revalidar, que la política no da más que oportunidades a plazos.
La campaña ha girado, junto a puntuales polémicas, en torno a la polarización del debate de modelos de sociedad entre el PNV y Bildu, conscientes de que las encuestas les sitúan al frente de los resultados finales; frente al acuñado discurso de los partidos políticos con implantación estatal que confunden interesadamente la evidencia de una gran mayoría social abertzale en Euskadi con supuestas imposiciones, cabe afirmar que el nacionalismo institucional no persigue patrimonializar la sociedad vasca ni minorar el valor de la diversidad que nos caracteriza.
Ni los votantes ni los partidos políticos podemos jugar a ser insumisas a las reglas de juego del sistema. Hay que trabajar por mejorar y cambiar todos los “corsés” existentes para la expresión plena como pueblo y nación vasca desde el respeto a las propias reglas de juego, para evitar su propia deslegitimación institucional: solo así se puede vertebrar una sociedad como la vasca.
Hoy entran en juego electoral dos factores: la efervescencia dialéctica de Bildu frente a la estrategia del nacionalismo institucional orientada a intentar seguir vertebrando el país como cauce central político. Desde una orientación no nacionalista el discurso ideológico se construye en torno al binomio identidad/bienestar: los nacionalistas, se sostiene desde esta concepción, se obcecan y obsesionan por el primero de ambos conceptos (el identitario), mientras que los “constitucionalistas” centran sus “desvelos” y su acción política y de gobierno en lo verdaderamente importante: el bienestar de los “ciudadanos” vascos. Frente a ello, los debates y programas electorales han demostrado que hablar de autogobierno supone en realidad debatir precisamente sobre riqueza social y su reparto responsable. Todo eso está hoy en juego y por eso merece la pena ir a votar.
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