Artículo de opinión de Juanjo Álvarez @jjalvarez64 publicado el 19/10/2021 en Noticias de Gipuzkoa (enlace)
El comunicado a través del cual ETA trasladó hace diez años su esperada y unilateral decisión en la que aludió a un alto el fuego “general, permanente y verificable” y afirmó su “compromiso con el final de la confrontación armada” como gesto de “responsabilidad histórica” provocó nuestra reacción como sociedad vasca, a medio camino entre la esperanza y el escepticismo. La decepción y el hartazgo acumulado entre todos nosotros tras tantas frustradas tentativas en la búsqueda de la paz rotas por la inercia totalitaria de ETA impuso entonces, en 2011, una lectura con sordina de algunas de las grandilocuentes afirmaciones que contenía su comunicado.
Posteriormente, tras la auto desaparición-disolución de ETA, la plena normalización política depende ya exclusivamente de actores políticos y de la propia sociedad vasca; desde esta segunda dimensión, la ciudadanía vasca ha dado muestras de ausencia de sectarismo y de voluntad de diálogo y de entendimiento entre diferentes.
En todo este contexto post-ETA hay un mojón ético innegociable: hace falta coraje y dignidad para asumir de verdad la necesidad de respetar las reglas básicas de convivencia. Y entre esas reglas sociales y políticas la primera es la de educarse en la frustración. Nadie puede pretender lograr por la imposición del chantaje y de la amenaza de la violencia el proyecto político que defiende.
El reto de la convivencia en nuestra nación vasca pasa por reconocer empática y recíprocamente al diferente. Asesinar, extorsionar, secuestrar, amenazar, amedrentar en nombre de un objetivo político estuvo mal y resulta inaceptable e insoportable para la vida en sociedad. No admitir incondicionalmente este postulado (que de facto supone negar toda justificación al terrorismo de ETA) o plantearse no hacerlo hasta que otros condenen otro tipo de violencias supone una rémora ética.
Hace falta coraje y dignidad para asumir de verdad la necesidad de respetar las reglas básicas de convivencia
ETA sabía que la inmensa mayoría del pueblo vasco repudiábamos y rechazábamos su barbarie como instrumento de acción política. La violencia de ETA, además de las víctimas directas que produjo, dañó la convivencia política en Euskadi durante el último medio siglo. No debemos olvidar nunca que el conflicto de identidades y la violencia fueron, son y serán siempre dos cosas distintas, porque el terrorismo nunca fue la consecuencia natural de un conflicto político sino su perversión.