No es una guerra
Artículo publicado en El Correo/El Diario Vasco, 22/11/2015
Las primeras reacciones ante los atentados de París los han calificado declinando todas las posibles variantes del concepto de guerra, pero me temo que si no entendemos bien lo que está pasando difícilmente podremos darle la respuesta adecuada.
Este tipo de conflictos ya no son lo que entendieron los grandes filósofos de la modernidad, el derecho internacional o la política clásica con el concepto de guerra. Cuando se podía distinguir entre amigos y enemigos el mundo estabaal menos en orden. Había incluso no combatientes, convenciones y un cierto derecho. Quien lea a Hegel, por ejemplo, puede encontrar unas páginas tan memorables como actualmente extrañas acerca de la guerra humanizada. El terrorismo yihadista, en cambio, escapa de cualquier regulación jurídica, sabotea todas distinciones y convierte la enemistad en algo absoluto. El terrorismo deconstruye no solo la distinción entre civil y militar sino también la distinción entre victoria y derrota, e incluso entre vencedor y perdedor. El terrorismo que desconoce los límites ha difuminado también unas distinciones que eran características de nuestra cultura: entre la barbarie más allá de unas fronteras y la civilización en su interior, entre soldados y no combatientes, entre soldados y policías, por una parte, y criminales por otra. Ya no existen aquellos límites y fronteras tras los cuales uno podía estar seguro de encontrar un enemigo y más acá de los cuales solo había amigos. Y la distinción cuya pérdida nos produce más perplejidad es la que diferenciaba la paz y la guerra, a la que sigue ahora una situación general de amenaza indiferenciada. La teoría política concebía tres situaciones posibles: paz, guerra y postguerra. Pues bien, es como si la amenaza del terrorismo hubiera eliminado la posibilidad de las dos primeras y ahora viviéramos todos en una situación de postguerra.
El 11 de septiembre de 2001 comenzó una nueva era del terrorismo, que también exige ser pensado y combatido de otra manera. De ahí que la primera discusión fuera acerca de si nos encontrábamos ante una guerra o un acto de terrorismo. Los simulacros de guerra tradicional (Afganistán, Irak) se llevaron a cabo sin querer reconocer que el enemigo se sitúa en un frente interior y contra el que hay que luchar de otra manera. Al hacer una guerra convencional, Bush y sus aliados se comportaron como alguien que se va por las ramas cuando le hacen una pregunta. Todas las pretensiones de identificar “estados terroristas” no hacen más que tratar inútilmente de reconducir a categorías conocidas un fenómeno que requiere otra explicación. Los célebres «estados canalla» son, a lo sumo, puntos de apoyo del terrorismo, pero el terrorismo sobrepasa los territorios y las fronteras. La guerra difusa ha disuelto completamente el principio de frontalidad; ya no se localiza en un espacio y un tiempo concretos, sino que puede tener lugar en cualquier sitio y en cualquier momento. En todo caso, la confrontación ya no es territorial. Ya no estamos en aquel mundo más simple, en el que el enemigo tenía un rostro y un mensaje, con el que era posible negociar, al que se le podía enviar una declaración formal de guerra y que podía perderla.
El futuro inmediato no va a permitir que nos consolemos con los esquemas tradicionales que ayudaban a combatir la confusión. Asistiremos a unos conflictos sin uniformes, con explosiones dispersas, métodos de destrucción siniestros, sin signos en los mapas como los señalizados por los frentes, con estrategias diseñadas más para producir miedo que bajas. La violencia difusa es expresión de este desajuste, como si estuviéramos en el punto de fricción entre dos grandes placas de la historia. Mientras tanto, queda todo un trabajo por hacer que exige menos emoción y más inteligencia, hace falta de configurar un nuevo escenario multilateral, construir la seguridad sin límites territoriales o hacer frente a problemas y conflictos que no pueden ser considerados como ajenos en un mundo en el que ya no hay asuntos exteriores sino sólo política interior.
Daniel Innerarity
Catedrático de Filosofía Política y Social, Investigador “Ikerbasque” en la UPV/EHU y director del Instituto de Gobernanza Democrática