Daniel INNERARITY: La sociedad de los advenedizos

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Artículo publicado en El País (suplemento Babelía), 17/08/2013.

La grandeza de la sociedad contemporánea se expresa muy bien en esa igualdad inicial de posibilidades por la que a todos les resulta posible de­mostrar su capacidad sin el lastre de una posición social inamovible. Pe­ro la de­mocratización del movimiento tiene su reverso ingrato en las pato­lo­gías propias de una sociedad de advenedizos, formada por nuevos nó­ma­das que en vez transitar por espacios físicos, de recorrer estepas y de­sier­tos, vagan por los ámbitos de la posibilidad.

En el terreno social es donde mejor se comprueba la ambigüedad de es­te im­perio de la movilidad. Las reformas del mercado de trabajo apuntan ha­cia un incremento de la eventualidad, bajo la forma de precariedad y mo­vilidad del empleo, de flexibilidad. La empresa trata de liberarse de una re­lación la­bo­ral permanente mediante el recurso a las empresas de empleo tem­poral. El obrero eventual no se siente parte de la empresa; ésta le con­si­dera como un cos­te del que conviene prescindir cuanto antes. Esto supone con­siderar que la or­ga­nización es una rémora y los parados una especie de “con­taminación la­boral” generada por el proceso productivo. En el mejor de los casos, las me­di­das de protección social tratarán de reciclar a los que van quedando inadap­ta­dos al nuevo entorno competitivo. Aparece así una es­pe­cie de adolescencia pro­fesional perpetua, un síndrome de la prepa­ra­ción incesante. Quizás sea es­to lo que explique la nueva ideología del masterismo, la acumulación de programas donde fundamentalmente se nos enseña que hay que aprender a apren­der.

En todo esto hay una cuestión de fondo que merece la pena examinar: la con­sideración de que la identidad es el todavía no de las cosas; la iden­ti­dad es al­go que se encuentra pertinazmente un poco más lejos, más ade­lan­te de don­de nos encontramos. En la primera de las Elegías a Duino, Rilke expresaba así el vértigo de lo que ha dejado de contar pero todavía no se ha hecho valer: ca­da sordo giro del mundo tiene tales desheredados, / a quienes ni lo anterior ni tampoco lo que sigue pertenece.

Un nómada es un parvenu, un advenedizo, refugiado o forastero, al­guien sin permiso definitivo de residencia, un recién llegado que está de pa­so en cualquier lugar. Esto supone una liberación respecto del pasado limi­tan­te, pe­ro también una desprotección absoluta. Hannah Arendt lo advir­tió muy bien cuando señalaba que la autonomía del ser humano se transforma oca­sio­nal­men­te en la tiranía de las posibilidades. Lo posible seduce y ame­naza a un tiem­po porque ofrece oportunidades y deja abierto el desastre.

Lo que distingue una sociedad tradicional de una moderna es el modo en que se configura el rango social, si es algo que se tiene o que se con­quis­ta, si es una definición poseída o una identidad alcanzada. Las definiciones son innatas; las identidades son hechas. Las definiciones le dicen a uno lo que es; las iden­ti­dades le seducen con lo que uno no es pero podría llegar a ser. Beau­mar­chais puso en boca de su Fígaro ese sentimiento de no nece­si­tar demostrar na­da: ¿ha hecho el señor conde algo grande? Se ha tomado la molestia de na­cer. Un advenedizo, en cambio, es una persona en busca be­ligerante de iden­tidad. Anda a la caza de identidades porque ini­cial­men­te no le están per­mi­tidas las definiciones.

Sólo los aristócratas pueden permitirse hacer valer lo que son, por eso no hacen nada; todos los demás son alabados o condenados por lo que ha­cen. El aristócrata del Wilhelm Meister de Goethe extrajo de ello la única con­clu­sión lógica: irse al teatro. Sobre el escenario podía identificarse con per­sona­jes que hacían cosas, que no se limitaban a ser. La mayoría de los ad­­venedizos no pueden elegir como Wilhelm. La vida es su escenario. Lo que para un es­ta­ble­cido es juego que le distrae de la aburrida permanencia de su ser, es para el ad­venedizo una presión implacable que le impide ser, un destino constante que le obliga a desfilar por la pasarela de las identi­da­des. El aristócrata ha ele­gido la existencia teatral; los parias han sido obli­ga­dos a ser actores, con el riesgo del ridículo o la condena sin disponer de una retaguardia definitiva.

El horror del paria es la deportación en caso de fracasar. Hoy héroe, mañana un canalla. Me parece que este es el me­ca­nismo que explica el hecho de que la economía se haya convertido en el es­cenario en que este paso de genio a villano es más rápido y cruel. Cuanto más individual es el éxito económico, más asignable es la culpa del fracaso; nin­guna or­ga­ni­za­ción soporta el desastre, pues el empresario había ba­sa­do su estrategia en qui­tarse de encima el lastre de la organización.

Si hubiera una nueva de­cla­ra­ción de derechos humanos, deberíamos proponer que se introdujera el derecho a la irreciclabilidad, a envejecer, el respeto hacia el que ya no puede innovar, la dig­nidad de lo que se es frente a lo que se podría llegar a ser.

 

Daniel Innerarity

Director de Globernance (Instituto de Gobernanza Democrática) Catedrático de Filosofía Política, investigador «Ikerbasque» en la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea y profesor en el Instituto Europeo de Florencia. Ha sido profesor invitado en la Universidad de La Sorbona, la London School of Economics, el Max Planck Institut de Heidelberg y la Universidad de Georgetown. Ha recibido varios premios, entre otros, el Premio Nacional de Ensayo y el Premio Príncipe de Viana de la Cultura. Su investigación gira en torno al gobierno de las sociedades contemporáneas y la elaboración de una teoría de la democracia compleja. Sus últimos libros son “La política en tiempos de indignación” (2015), “La democracia en Europa” (2017), “Política para perplejos” (2018), “Comprender la democracia” (2018), «Una teoría de la democracia compleja» (2020) y «Pandemocracia. Una filosofía de la crisis del coronavirus» (2020). Es colaborador habitual de opinión en los diarios El Correo / Diario Vasco, El País y La Vanguardia. www.danielinnerarity.es

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