Artículo publicado en El Diario Vasco/El Correo 05/08/2012
El nivel de deuda pública no explica suficientemente los actuales problemas de la Eurozona
La actual crisis del euro está llena de errores de percepción, agravios y estereotipos nacionales que se extienden e impiden entender lo que está realmente pasando en la Eurozona. Destacan, entre otros tópicos el de un centro trabajador y una periferia vaga, que está vinculado a su vez con el de que se trata de una crisis debida a la deuda pública. Únicamente el examen de ambos lugares comunes puede aportar un buen diagnóstico y una solución apropiada.
Comparados con otros países industriales como Estados Unidos, Gran Bretaña o Japón, el nivel de endeudamiento de los Estados de la Zona Euro está en un nivel bastante bajo. Si la deuda pública ha aumentado en la mayor parte de los países afectados por la crisis global ha sido a causa del retroceso de la actividad económica, a los programas de rescate financiero, de estimulación o protección. Con la excepción de Grecia, la actual deuda pública no es un problema que procediera de una vieja política de derroche por parte de los Estados. En los años anteriores a la crisis, España y Grecia habían cumplido los criterios del Pacto de Estabilidad y consiguieron varios años un superávit presupuestario que Alemania sólo ha tenido un año desde 1970.
El nivel de deuda pública no explica suficientemente los actuales problemas de la Eurozona. Se explica más bien por el giro dramático en el flujo de capitales que se ha producido en su interior desde el estallido de la crisis, combinado con la falta de competitividad de los países de la periferia. El capital circuló hacia España, Irlanda o Italia con la expectativa de una convergencia económica que debía garantizar la estabilidad de la Eurozona. La crisis financiera sacudió profundamente esta confianza de los inversores. El giro repentino del flujo de capitales produjo un ajuste severo en los países deficitarios a la vez que otros se beneficiaron del hecho de haberse convertido en puertos seguros. Mientras que en los orígenes de la unión monetaria el capital se dirigía hacia la periferia, el proceso inverso amenaza ahora con una dinámica explosiva. Muchos interpretan esta huida de capital como una respuesta de los inversores a la falta de competitividad de estas regiones (los llamados PIIGS), lo que es un error similar al que antes de la crisis cometieron quienes habían interpretado el flujo hacia la periferia como una señal de la capacidad de crecimiento de dichas regiones.
El actual destinatario de la ira en países como Alemania es el sistema de balances interbancarios de la Eurozona (conocido como el Target 2). En la opinión pública alemana se tiene la impresión (alimentada celosamente por el populismo de economistas como HansWerner Sinn) de que con este sistema de pagos se está financiando el consumo irresponsable de la periferia, como si el contribuyente alemán estuviera pagando el sistema de vida de los países del sur. Ahora bien, el incremento del saldo alemán en este sistema se debe a que Alemania aparece como un refugio en la Eurozona, es decir, un indicador de la huida de capital y no tanto de un estilo de vida. Además, esta huida de capitales no representa una fortaleza de Alemania. Su actual competitividad es tan exagerada como lo era la de los países de la periferia antes de la crisis; refleja la relativa debilidad de otros países de la Eurozona, lo que a su vez favorece la capacidad exportadora de Alemania. Es una posición más vulnerable de lo que parece y que podría modificarse con rapidez. Los saldos del Target 2 no son un problema que justificara la salida de Alemania del euro sino un síntoma de la creciente pérdida de confianza en la continuidad de la unión monetaria.
Tampoco la salida del euro es una solución para los países con especiales dificultades. Hay quien la defiende comparando la devaluación de la moneda que esta salida permitiría con la devaluación del peso frente al dólar que tuvo lugar en Argentina a comienzos de los 2000. Esta argumentación desconoce que la salida de un espacio monetario unificado es algo completamente diferente de la devaluación de una moneda frente a otra. Los pocos ejemplos que tenemos de lo primero –la caída del imperio austro-húngaro o la descomposición de Yugoslavia– fueron acompañados por procesos caóticos de desintegración política. La salida del euro se defiende porque con ello se recupera el instrumento de la devaluación, que favorece las exportaciones y mejora la competitividad económica. Ahora bien, cuando el país en cuestión tiene déficits estructurales las reformas dolorosas no se evitan sino que se aplazan.
Para los demás socios de la unión monetaria la salida de uno de ellos pondría en marcha una dinámica muy peligrosa en los flujos de capital dentro de la zona restante. La salida del euro de cualquier país supondría un costo enorme especialmente para Alemania porque los países restantes deberían hacer frente a las correspondientes obligaciones (Alemania con un 27% de suscripción de capital en el BCE). Tras la salida de un país de la Eurozona, los inversores exigirían mayores primas de riesgo y mayores intereses a otros países de la periferia, incrementando así los costes para la financiación de la deuda. Se abriría la puerta a movimientos especulativos de capital y empeoraría la confianza en la competitividad de los países afectados. Se da así la paradoja de que quien pone en duda la continuidad del euro potencia los riesgos que lamenta.
La salida de un país de la zona euro sería un precedente que dañaría mucho y por mucho tiempo la confianza en el espacio monetario. Un espacio monetario común no es una organización cualquiera. La expectativa de duración es una condición necesaria para que un espacio monetario unificado produzca los beneficios para los que fue constituido.
La crisis ha puesto al descubierto las carencias e imperfecciones de la unión monetaria europea, de las que se han aprovechado los gestores de fondos y los bancos de inversiones. El libre juego de las fuerzas del mercado sólo produce los efectos deseados cuando se dan las condiciones marco adecuadas; sin estabilidad y regulación de los mercados financieros las fuerzas del mercado pueden dar lugar a procesos catastróficos. Para ello necesitamos instrumentos que permitan superar esa heterogeneidad que ha impedido la convergencia, y que ha favorecido en cambio unos movimientos de capital que han producido las burbujas especulativas.
El fracaso del Pacto de Estabilidad no es la causa de lo que nos pasa porque sus criterios no son suficientes para asegurar el necesario nivel de convergencia. El problema ha sido la incapacidad de los Estados miembros para dotar al Banco Central Europeo de una instancia fiscal y completar la unión monetaria con la correspondiente unión política que pueda equilibrar políticamente los mercados financieros. Al BCE le falta ejercer la función de ‘prestamista de última instancia’ para evitar los pánicos bursátiles y las quiebras de los estados, ya que fue construido sobre el modelo del Deutsche Bundesbank y sólo tiene la tarea de vigilar la estabilidad de los precios.
La Europa actual es el resultado de una larga cadena de crisis. Ya hubo una crisis del acuerdo para los tipos de cambio a finales de los 70 y otra del sistema monetario a principio de los 90. Nuestra mejor tradición nos aconseja reaccionar fortaleciendo Europa en vez de buscar protección en las soluciones nacionales. Aunque sea explicable la tendencia a refugiarse en el Estado nacional cuando hay una crisis, cada vez está más claro que un espacio de acción política para gobernar los mercados financieros globalizados solo puede recuperarse a nivel europeo.