Artículo de opinión de Daniel Innerarity @daniInnerarity publicado el 12/02/2022 en El País @el_pais (enlace)
Bauman, la grandeza de abordar las ideas de forma sencilla
Cuando en 2010 Zygmunt Bauman recibió junto con Alain Touraine el Premio Príncipe de Asturias, tuvo lugar en Oviedo un debate entre ambos que tuve la suerte de moderar. El tema era el papel público de los intelectuales. Los acuerdos eran muchos y menos interesantes que los desacuerdos. Touraine insistía en la necesidad de elaborar una teoría si es que uno quería aportar algo realmente significativo para la comprensión del mundo actual; Bauman estaba más interesado en que una metáfora captara poderosamente la atención de la gente y sintiera expresada en ella el sentido o sinsentido de las cosas, de la vida y de sus propias experiencias. No sirve para nada dictaminar ahora quién tenía razón porque ambos respondían a estrategias legítimas y para las que hay espacio en una república intelectual donde hay trabajo de sobra y más cosas inéditas esperando una explicación que categorías y conceptos disponibles.
Hay una larga tradición de fórmulas que han tratado de explicar en una sola expresión circunstancias muy complejas de la realidad social, como la idea de una “sociedad disciplinaria” (Foucault), “colonización del mundo de la vida” (Habermas) o “burocratización del carisma” (Weber). Son expresiones en las que se pone de manifiesto que la buena teoría tiene un cierto parecido con la invención poética, con los vocabularios que inventan y descubren, en los que se contiene una interpretación que hace visibles nuevos aspectos de la realidad. La idea de «sociedad líquida» es la gran metáfora que Bauman introdujo en el debate público y que permitió a muchos entender y entenderse en medio de tanta confusión. La liquidez podía explicar la nueva situación del capitalismo, del amor o del conocimiento. El problema de las formulaciones exitosas es doble: que su autor tiende a explicar con ella por encima de sus posibilidades, aplicándola a las realidades más dispares, y que su aceptación pública termine banalizándolas. Si su inventor puede autolimitarse para evitar el primer riesgo, la popularización trivial no es algo de lo que sea posible protegerse.
Hay una grandeza en Bauman que pasa inadvertida tras su forma sencilla de abordar los asuntos y contarlo. Cuando alguien está tan preocupado por hacerse entender hasta el punto de prescindir de todo artificio académico corre el riesgo de no ser tomado demasiado en serio. La gran talla de Bauman no está conquistada a base de incrementar la distancia entre el intelectual y el público lector sino en esforzarse denodadamente por disminuir al máximo esa distancia. Resultar comprensible es una exigencia democrática que no tiene que estar reñida con la profundidad de lo que se quiere decir. Es una manera de ejercer como intelectual público asumiendo siempre la exposición a ser contradicho por unos destinatarios que a veces también llevan la contraria por encima de sus posibilidades.
Es un equilibrio que no siempre resulta fácil y a veces puede uno optar por ser más público que intelectual, como a mi juicio fue el caso de Bauman, más popular que autoridad indiscutible. Como intelectual, prefirió explicar que mandar. Quién sabe si al final la autoridad de quien es accesible termina siendo mayor que el prestigio ganado a base de explicarse poco y mal. Si organizamos más horizontal y democráticamente la república de los intelectuales, el primer principio debería establecer que quien no sabe decirlo es que no lo sabe.
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