Artículo publicado en Noticias de Gipuzkoa, 03/09/2015
No son -o somos- pocas las voces que hemos reclamado que, entre otras muchas exigencias, la condición necesaria para tratar de legitimar el proceso catalán es la deliberación pública y ordenada entre cada una de las opciones -no necesariamente duales- entre las que escoger.
No obstante, de lo contrario el proceso quedará necesariamente afectado -tal y como se está probando- en términos de solidez democrática. De hecho, la falta de deliberación pública ha llevado incluso a reducir la complejidad real del proceso (con todas sus aristas, ni mucho menos reducibles a la cuestión de la independencia) a algo tan ridículo como “el proceso de Mas”. Sin embargo, el potencial del proceso catalán, con todas sus lagunas, es mucho más amplio que las pretensiones de un gobernante o la mera decisión sobre la independencia. De ahí que resulte clave aprovechar ese potencial para convertir el proceso en un espacio de oportunidad para todos los ciudadanos. Es decir, un espacio en el que las decisiones que tomemos todos y cada uno de los ciudadanos sean fruto de la reflexión responsable. Máxime cuando esa transformación en la manera de ejercer política como ciudadanos puede llegar a traspasar -si no lo ha hecho ya- las fronteras de la propia comunidad autónoma catalana. El libro publicado por el joven economista barcelonés afincado en Suiza, Oriol Tejada Pinyol, apunta precisamente en esa misma dirección. En las escasas 200 páginas que componen El Pensamiento (In)Dependiente: Veinticinco reflexiones sobre el proceso soberanista catalán, el autor nos regala una aproximación tan novedosa como necesaria sobre uno de los momentos políticos más apasionantes de la reciente historia del Estado español.
Se trata de una obra valiente y rigurosa en la que las preferencias del autor, sin estar ocultas o camufladas, pudiendo compartirse o rechazarse, resultan irrelevantes. El ensayo presenta una aproximación sólida y racional, a la par que accesible para el gran público, a un problema importante. Un texto que, a pesar de la temática abordada, no resulta hiriente desde un punto de vista racional -sin obviar que después las sensibilidades puedan ser diversas, de forma más o menos razonada y razonable-. El uso de la Teoría de Juegos y la Lógica permite crear un marco en el que no hay cabida para la vaguedad, las descalificaciones o el radicalismo estéril. Se podrán discutir los principios o premisas de las que parte en los razonamientos, sí: de hecho es precisamente a lo que nos invita el autor. Pero es indudable que nos presenta unas herramientas que, sin ser infalibles, garantizan una clara mejora de nuestros razonamientos. Asimismo, tal y como el propio autor reconoce, puede haber ausencias que algunos consideremos importantes o presencias que podríamos debatir durante horas (o incluso años) en un entorno académico y todavía seguirían sin aclararse con carácter definitivo. Sin embargo, creo que ambos déficits se deben a la economía de espacio (el número de páginas ha de ser limitado) y, me atrevería a decir, el público al que está dirigido (su carácter más bien divulgativo). Pero en ningún caso restan un ápice de valía al libro. No obstante, podría decirse que el libro se adhiere, y supera con creces, a ese mínimo común exigible al que se refería recientemente Suso del Toro en El Diario.es: “La mitad de Catalunya no está loca (la otra mitad tampoco)”.
Ahí reside, precisamente, la utilidad y el valor de esta breve pero intensa obra. No se limita a una aproximación reflexiva, crítica y ordenada a un problema complejo particular: su importancia reside, a mi modo de ver, en su aspiración, que va mucho más allá de la temática concreta abordada. Aferrándose, precisamente, a ese momento de oportunidad que se genera entorno a todo movimiento de transformación socio-política (movimiento que, en el caso catalán, va mucho más allá de la aspiración independentista y trasciende las fronteras de la Comunidad Autónoma), el autor presenta tres objetivos clave que podrían sintetizarse conforme sigue: (1) como ciudadanos debemos ser políticamente activos y ello exige la capacidad de distanciarse de las opiniones y percepciones de nuestro entorno (a pesar de que podamos terminar reafirmándonos en ellas). (2) el pensamiento elaborado y debidamente fundamentado está al alcance de cualquier ciudadano. El conocimiento técnico permite un mayor nivel de abstracción de lo complejo, sin embargo las grandes decisiones políticas pueden (y me atrevería a decir deben) ser objeto de escrutinio y reflexión de cualquier ciudadano. Finalmente, (3) es imprescindible que seamos conscientes de la complejidad del entorno que nos rodea y la heterogeneidad de los intereses de cada una de las ciudadanas que componen una sociedad. Asumir este marco debe valernos para evitar caer en maniqueísmos simplistas o populismos contraproducentes, pudiendo así entender que, por más que se pueda discrepar de algunas opiniones, si están planteadas desde la reflexión y debidamente razonadas, merecen nuestra atención. De lo contrario caeremos en fanatismos en los que ni querremos cambiar de opinión ni estaremos dispuestos a cambiar de tema.
Personalmente estoy absolutamente convencido de que todos estos objetivos son necesarios. Tanto aquí, en Euskadi, como allá (comunidad autónoma catalana, resto del Estado y el conjunto). Si debatiéramos en línea con los estándares pretendidos y alcanzados en gran parte de este ensayo (metodológicos, de rigor, lógica, razonamiento objetivo, etc.), seguramente viviríamos mucho mejor todos. Tratar de desarrollar y, sobre todo exigir, ese mínimo de calidad y profundidad del debate a nuestros representantes es nuestra obligación. Una vez alcanzado este objetivo, podremos decidir. Sobre los toros, el acomodo jurídico-político de los pueblos (ya sean barrios o naciones), la redistribución justa de los recursos, la política exterior o la integración supranacional para hacer frente a cuestiones supranacionales tan urgentes como el cambio climático o la inmigración. Incluso podremos decidir con fundamento sobre la mejor gestión de residuos o la construcción de infraestructuras de calado como el Tren de Alta Velocidad. Mientras tanto, mientras no tratemos de elaborar un pensamiento político crítico-reflexivo y no exijamos ese pensamiento (in)dependiente a nuestros representantes, seguiremos asistiendo a este juego de espejos en el que se ha convertido la política. Un espectáculo que demasiado a menudo distorsiona la realidad y en el que nuestra capacidad de decisión y consiguiente poder como ciudadanos se ve claramente mermada. Y de este modo sí, como ciudadanos de Igeldo, Comunidad Autónoma Vasca, Euskal Herria, Estado español, Unión Europea o incluso, me atrevería a decir, como ciudadanos del mundo, continuaremos viviendo peor de lo que podríamos vivir.
Ander Errasti López