Artículo de opinión de Mikel Mancisidor @MMancisidor1970 el 9 de febrero de 2025 en Deia (enlace)
A tiempo
La semana pasada comentábamos que la presidenta de la Comisión Europea parece anunciar un tipo de política que preferiríamos evitar. Por si acaso no nos quedó del todo claro, Von der Leyen nos lo aclara de nuevo estos días: “Los grandes miedos han vuelto. Los países están armando sus fuentes de fuerza unos contra otros. Y nos encontramos en una era de geopolítica hipercompetitiva e hipertransaccional (…) Debemos estar preparados para negociaciones muy duras (…) Europa debe enfrentarse al mundo tal y como lo encontramos”.
Nos gustaría eludir la necesidad de mantenernos a flote en las turbulentas aguas de una geopolítica en que la aspiración a unas normas comunes parece diluirse, donde los actores más fuertes prefieren el lenguaje del dominio y la humillación, al lenguaje de la colaboración y la confianza mutua. Desearíamos operar con países que creen poder reclamarse entre sí principios y ciertas expectativas de que la palabra y el compromiso significan algo. Pero lo cierto es que el contexto global se presenta hoy con claves muy diferentes.
Cuando tienes un vecino agresivo y abusón o cuando debes lidiar con competidores sin normas, no queda otro remedio que protegerte o terminar sometido. No cabe imaginar que uno va a evitar por siempre la confrontación a fuerza de meras buenas intenciones.
Von der Leyen no es partidaria de cerrar los ojos. Europa, concluye la presidenta en una alocución a sus embajadores, “no debe tomar decisiones por emoción o nostalgia de un mundo que fue. Sino más bien por un juicio calculado sobre lo que nos conviene en el mundo actual”. Decíamos la semana pasada que toca hacer convivir los principios más nobles con el principio de realidad, sin perder ni los uno ni el otro. Pero lo cierto es que ese equilibrio parece hoy infernalmente inestable.
Hace ya 25 años que la comunidad internacional creó un instrumento para la construcción de un mundo mejor. El Tribunal Penal Internacional iba a comenzar, poco a poco y con todas las limitaciones propias de la política internacional, con la persecución colectiva y organizada de los crímenes internacionales. Con todas las ataduras, hipotecas y servidumbres propias de la realpolitik, el Tribunal fue poco a poco ampliando sus capacidades. Por poner un ejemplo, aunque ni Rusia ni Israel forman parte del sistema, la Corte ha podido últimamente iniciar actuaciones contra Putin y Netanyahu por los crímenes que a sus órdenes se han cometido en territorios de terceros países que sí se habían acogido, de diversas formas, a esa protección. Ni uno ni otro pagarán plenamente, con toda probabilidad, ante este Tribunal por sus responsabilidades, pero lo avanzado no era poco, se trataba de un importante paso adelante en un camino muy largo. El Tribunal había mostrado capacidad para enfrentarse a criminales de diversas orientaciones políticas, a protegidos de unos y de otros grandes poderes.
Estados Unidos nunca favoreció esta institución, como tampoco lo hicieron otros grandes como Rusia o China. De hecho, la boicoteó activamente empleando sus muchas capacidades de presión. Pero el paso dado esta semana por Trump al anunciar actuaciones contra las personas que participan en las actividades del Tribunal supone una vuelta de tuerca especialmente inaceptable. El mundo es hoy un poquito más miserable, injusto y desprotegido que la semana pasada.
Alguno que ha pasado años despreciando al Tribunal por sus innumerables limitaciones y contradicciones, que son muchas, se lleva ahora las manos a la cabeza ante los chantajes de Trump. Nos pasa a menudo que no apreciamos el valor de lo que tenemos hasta que lo sentimos peligrar. Nos pasa con los servicios y los derechos que disfrutamos en nuestras sociedades del bienestar. Nos pasa con las garantías y libertades de nuestras democracias. Nos pasa con las organizaciones internacionales y sus muy imperfectos e insuficientes instrumentos. Ojalá no nos suceda que aprendamos a valorar muchas otras cosas solo cuando sea ya tarde para protegerlas.