El presidente valenciano ha nombrado a un Teniente General retirado como vicepresidente para la reconstrucción. Le deseo el mayor de los éxitos, porque sus aciertos redundarán en el bienestar de las personas más necesitadas.

Muchos celebran el currículum del nuevo vicepresidente y su experiencia al cargo de misiones internacionales de reconstrucción. Su condición de militar supone para algunos, al parecer, garantías adicionales de rigor, capacidad y, sobre todo, ausencia de intereses ajenos a la misión encomendada. Creo que son argumentos que merecen ser reconsiderados.

En un contexto generalizado de descrédito de la política en democracia, de desapego por sus instituciones y sus procedimientos, la incompetencia de algunos responsables públicos tras la catástrofe de la dana, su poco respeto por la verdad y el bochornoso espectáculo de banalidad e irresponsabilidad, han dado un duro golpe a la confianza que en la zona puedan tener en la política. La pregunta es si ante este hecho en democracia debemos responder con mejor política o renunciando a que la política sea capaz de darnos lo que le pedimos.

Imaginemos que la elegida fuera una mujer con experiencia comparable en el campo civil, que haya, por ejemplo, dirigido operaciones complejas para la ONU en diversos países, quizá con responsabilidades de nivel comparable o mayores y en todo caso más parecidas al caso que le tocaría. El golpe de efecto no habría sido el mismo. Parte de quienes han saludado con marcial emoción el nombramiento del militar mirarían con displicencia ese otro perfil.

El hecho de ser militar nos debe dar ciertas garantías de que no se distraerá con cosas de política, es el discurso. El nuevo vicepresidente es el principal divulgador de esa tesis: “Soy un soldado, no un político”, “no acepto instrucciones de carácter político”, “no aceptaré directrices de carácter político que alteren lo que proponga”, “pido que no haya ningún tipo de interferencia que no sea esencialmente técnica y hecha por profesionales”, “esto nada tiene que ver con el ámbito político, sino con un trabajo técnico”, “las consecuencias políticas de la reconstrucción no son mi problema”.

En estas declaraciones hay dos problemas. El primero es pensar que su cargo no es político o no está sometido a las lógicas políticas de un estado democrático. Lo nombra un político, para un cargo político, y debe someterse a los controles e instrucciones políticas de toda función pública en un estado de derecho. La llamada al hombre fuerte del ejército para poner orden en circunstancias especiales por medios extraordinarios es una vieja canción bien conocida. Supongo que estar prevenido contra esa retórica es el mínimo de higiene política recomendable en este momento de tentaciones populistas.

En un contexto generalizado de descrédito de la política en democracia, de desapego por sus instituciones y sus procedimientos, la incompetencia de algunos responsables públicos tras la catástrofe de la dana, su poco respeto por la verdad y el bochornoso espectáculo de banalidad e irresponsabilidad, han dado un duro golpe a la confianza que en la zona puedan tener en la política. La pregunta es si ante este hecho en democracia debemos responder con mejor política o renunciando a que la política sea capaz de darnos lo que le pedimos.

Imaginemos que la elegida fuera una mujer con experiencia comparable en el campo civil, que haya, por ejemplo, dirigido operaciones complejas para la ONU en diversos países, quizá con responsabilidades de nivel comparable o mayores y en todo caso más parecidas al caso que le tocaría. El golpe de efecto no habría sido el mismo. Parte de quienes han saludado con marcial emoción el nombramiento del militar mirarían con displicencia ese otro perfil.

El hecho de ser militar nos debe dar ciertas garantías de que no se distraerá con cosas de política, es el discurso. El nuevo vicepresidente es el principal divulgador de esa tesis: “Soy un soldado, no un político”, “no acepto instrucciones de carácter político”, “no aceptaré directrices de carácter político que alteren lo que proponga”, “pido que no haya ningún tipo de interferencia que no sea esencialmente técnica y hecha por profesionales”, “esto nada tiene que ver con el ámbito político, sino con un trabajo técnico”, “las consecuencias políticas de la reconstrucción no son mi problema”.

En estas declaraciones hay dos problemas. El primero es pensar que su cargo no es político o no está sometido a las lógicas políticas de un estado democrático. Lo nombra un político, para un cargo político, y debe someterse a los controles e instrucciones políticas de toda función pública en un estado de derecho. La llamada al hombre fuerte del ejército para poner orden en circunstancias especiales por medios extraordinarios es una vieja canción bien conocida. Supongo que estar prevenido contra esa retórica es el mínimo de higiene política recomendable en este momento de tentaciones populistas.