Artículo de opinión de Juanjo Álvarez publicado en DEIA el 18/03/2018 (enlace) y Noticias de Gipuzkoa el 19/03/2018
En Cataluña, en EEUU, en la política española y también con frecuencia en la vasca causa furor la imposición de la polarización. O conmigo o contra mí. Parece triunfar esa perversa dinámica que pretende orillar las identidades políticas múltiples y las intenta subsumir en una lógica de tipo binaria de simple y rápida comprensión que se intenta extender también a nosotros, convertidos en una ciudadanía «tribalizada» en atención a la opción política a la que cada miembro de la misma haya votado y a la que parece pretender negar la posibilidad de huir de adhesiones inquebrantables o de seguidismos acríticos ajenos al pluralismo democrático. Leer las recomendables y muy sugerentes reflexiones de Daniel Innerarity en su último libro, “Política para perplejos” aporta argumentos de peso en esta dirección.
La política no es, efectivamente, un juego en blanco y negro. La sociedad contemporánea tiene una enorme complejidad, que no puede ser comprendida si se la reduce a un principio explicativo único y excluyente.
Todo ello para desconocer que las circunstancias actuales del mundo permiten apreciar la complejidad que caracteriza a nuestra sociedad: asistimos a unos cambios políticos, sociales, económicos y culturales sin precedentes. El mundo ha experimentado una gran unificación desde el punto de vista de la comunicación y los mercados financieros, mientras que los tradicionales instrumentos de gobierno tienen muchas dificultades para configurar estas nuevas realidades de acuerdo con criterios de justicia o sostenibilidad. El espesor de las interdependencias ha creado una complejidad que resulta no ya solamente difícil de gestionar sino incluso de entender. Y pese a ello la política sigue muy alejada de la necesaria innovación que permita su adecuación a la nueva realidad social. La simplificación del discurso político tiene su máximo exponente en la primacía del pensamiento binario y del maniqueísmo simplista, las falsas simetrías que en muchos ámbitos se muestran en numerosos contextos sociales y que han de ser rebatidos desde la reflexión serena y fundamentada.
En el mundo jurídico y político ha habido muchos ejemplos basados en la simplificación de los buenos y los malos: en los años de la triste dinastía, políticamente hablando, de los Bush padre e hijo en los Estados Unidos y de los hechos que siguieron al trágico 11-S se empezó a decir que aquel que estuviera en contra de la guerra estaba a favor de Sadam Husein, como si quien discute sobre la oportunidad de dar una concreta medicina a un enfermo estuviera a favor de la enfermedad, y después se acabó diciendo que quien no estuviera a favor de Bush era sencillamente un antiamericano visceral.
Vivimos tiempos convulsos y catárticos en la política y en lo social que recuerdan a lo dicho por el gran poeta Antonio Machado, quien definía con brillantez el gregarismo social al escribir «qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también». Tenía razón. Resulta difícil no dejarse seducir y sumarse a la ola de indignación, de ruptura con el sistema, de apuesta de radicalidad para poner todo el sistema político y social boca abajo; cuánto encanto tiene presentarse como el impulsor de la demolición del sistema, qué simpatías despierta quien esboza exabruptos, insultos y dosis plenas de energía negativa contra todo lo que suene a defensa del sistema.
Todo intento reformista que no defienda la ruptura absoluta y radical con lo preestablecido suena a connivencia con la «casta», con los corruptos, con los responsables del «desastre» actual. La anarquía crece en el caos y el populismo emerge con fuerza cuando la ola de indignación ciudadana nubla todo lo que no sea derribar lo establecido. Vivimos una época convulsa donde las promesas retóricas valen mucho más que los ejercicios de realismo responsable. La política no ha sido ni debe ser nunca un parque de atracciones. Parece que quien no defienda vivir emociones fuertes, el discurso que no «ponga a la tropa», quien no promueva empujar al abismo todo lo preexistente está ya amortizado, fuera de combate y además demonizado por pertenecer al sistema, a lo establecido, a lo superado, a lo obsoleto.
El fácil maniqueísmo imperante convierte a todo aquel que no siga las pétreas y homogéneas consignas militantes al pie de la letra en un retrógrado, en un parásito del sistema, que no lo critica (ni al sistema ni a sus actores) para seguir viviendo de él. Frente a estas valoraciones, produce frustración comprobar que el diálogo, el consenso, la negociación dejan paso a la confrontación, a la trinchera ideológica, a la versión tribal y cainita tan clásica como perturbadora de la convivencia.
Así que, con permiso del gran poeta Antonio Machado, prefiero parar la atracción ferial en marcha, subir cuando todos bajan, ir un poco a contracorriente, dejar el fácil gregarismo de protesta aparcado y ponerme a trabajar con humildad y constancia por mejorar las cosas, modificando lo que haya que cambiar y adecuar, pero asumiendo entre todos los costes de tanto tiempo anclado sólo en la queja y en la bronca.
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