Artículo publicado en Noticias de Gipuzkoa, 22/06/2014.
En homenaje y recuerdo a Demetrio Loperena, ciudadano y jurista comprometido con nuestro medio ambiente.
La decisión estaba anunciada y casi amortizada en nuestra desconcertada sociedad civil, pero su materialización invita a la reflexión, con más interrogantes que certezas. Lo único seguro y cierto es que el Gobierno central ha permitido, mediante una modificación legal «ad hoc», la reapertura de la central nuclear de Garoña y sus explotadores han solicitado alargar su vida hasta 2031 para amortizar la importante inversión económica necesaria para garantizar la seguridad de su renovada explotación. Los motivos gubernamentales que sirven de justificación y fundamentación a tal desconcertante decisión son de corte exclusivamente económico: el déficit del sector eléctrico, la dependencia energética y el impacto que el cierre definitivo de la Central tendría en la economía, el empleo y la recaudación de impuestos en la zona.
Y la tranquilidad de la ciudadanía, ¿dónde queda?; Y las garantías de seguridad, ¿qué lugar subsidiario ocupan, y por qué?; En todo lo relativo a la materia nuclear, y en particular en materia de seguridad, la omnisciencia queda para los sabios. La energía nuclear arrastra un estigma de inseguridad derivado de tragedias como la de Fukushima.
El foco de atención debe centrarse en estos interrogantes: ¿hay que establecer requisitos de seguridad adicionales a las centrales nucleares?; ¿puede debatirse sobre un tema de tanta entidad y complejidad sometidos a la tiranía mediática y social de la cultura de lo inmediato?
El desastre japonés, que sacudió a un Estado del “primer mundo”, nos ayudó junto a otras reflexiones sobre el debate energético, a relativizar toda verdad absoluta acerca de los modelos de desarrollo y de los límites de esta imparable inercia, fruto de un concepto obsesivo y voraz de progreso que impulsa la demanda de energía para satisfacer nuestras crecientes necesidades sociales frente al coste que en términos medioambientales trae aparejada tal tendencia posmoderna.
Tras el siniestro de Japón, la transformación de la catástrofe natural en desastre nuclear alteró el guión y el acento pasó a ponerse en la dimensión de seguridad y en la trágica evidencia de que el riesgo “cero” no existe. Y es un debate extraterritorial, que desborda obviamente las fronteras de cada Estado. Desde Euskadi pensamos, por ejemplo, en la central de Garoña, pero no podemos olvidar que Francia tiene casi sesenta centrales, entre ellas la de Burdeos. Y los siniestros nucleares no conocen de fronteras ni de Estados.
El debate sobre la energía parece una especie de “Guadiana” mediático y social, que surge y desaparece en función de parámetros a veces difíciles de controlar. Durante los meses precedentes al desastre japonés y cuando se cuestionaba la seguridad de algunas instalaciones nucleares, la Unión Europea defendió, a través de la Comisión Europea, el papel de la energía nuclear en la lucha contra el cambio climático.En numerosas ocasiones la Comisión Europea ha defendido de forma vehemente el papel de la energía nuclear, ha anunciado una serie de medidas para facilitar las inversiones en el sector y trabajar así para eliminar las dificultades ligadas a la obtención de autorizaciones, la financiación y los diferentes regímenes de responsabilidad nuclear. En Europa existen 132 plantas nucleares, distribuidas en 14 Estados. Y la semana pasada se ha alcanzado un acuerdo en Bruselas entre los Estados y la UE que dará luz verde a una próxima normativa europea sobre seguridad nuclear. El pacto de mínimos prevé que las centrales nucleares pasarán una evaluación completa cada seis años, con arreglo a unos criterios homogéneos.
Bruselas insta a los Estados, entre otras cosas, a aumentar la independencia de los órganos reguladores. El texto aprobado subraya que tales organismos estatales deben actuar de manera imparcial, transparente y libre de influencias. Tras esta advertencia de la Comisión subyacen, sin duda, las incertidumbres generadas por los conflictos de intereses que surgen en este sector. A nadie se le oculta que hay pocos expertos en esta industria, y el paso (la puerta giratoria, una vez más) de las empresas al organismo regulador y viceversa es frecuente y debe ser controlada.
Seguridad, gestión de residuos y transparencia son factores cruciales para que los ciudadanos abordemos con serenidad el debate acerca de la energía nuclear, de la que casi nada sabemos y tanto tememos. Desgraciadamente, Garoña vuelve a poner todo ello en la lista de nuestras preocupaciones ciudadanas.