Artículo publicado en El Diario Vasco, 01/02/2014.
La lectura del sugerente trabajo conjunto realizado por Jose Mª Setién, Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y Ramón Balenziaga, impulsado desde la Fundación Ética y Convivencia (Etikarte Fundazioa), y fruto de once años de trabajo reflexivo bajo el acertado título «Elkarrekin bakean bizi gaur-hemen» deja, ya desde el excelente prólogo de Pako Garmendia, un poso de destilación de las palabras que se traduce en reflexión compartida, en exigencia de responsabilidad comunal e individual, en una aportación de argumentos que han de ayudarnos a relativizar lo que cada uno de nosotros elaboramos en esa especie de «trinchera» ideológica y vital que hemos construido tras nuestra dura vivencia personal y social de tantos años de violencia, de terror, de demanda de paz y de justicia en Euskadi.
En este contexto social de crisis, con la sociedad vasca exhausta y harta de escuchar palabras que se manosean dialécticamente tanto, de conceptos que se pervierten cuando son convertidos en lugares comunes, acabamos olvidando de qué estamos hablando cuando hablamos de paz, de conciencia ética, de vivir y dejar vivir en paz y en justicia, de una base ética común, compartida, de reparación, de reconciliación, de ternura, de cercanía hacia quien sufre, de dialogar, de entender que acordar no es claudicar, de aprender a convivir. Y este elenco de reflexiones llegan además en el momento idóneo, porque debieran servir para construir las bases de un acuerdo futuro de convivencia entre diferentes, concibiendo Euskadi como un proyecto común compartido. No se trata de una mera moda pasajera. Es un debate que ha llegado para quedarse y que hay que abordar de forma sensata, racional, sin victimismos ni prepotencias.
Salvo que se desee el fracaso o la frustración, la propia defensa de un nuevo marco político debe estar estrechamente vinculado al reto de la convivencia, que pasa por reconocer empática y recíprocamente al diferente. Estigmatizar al que no secunda tu proyecto político, marginar social y políticamente a quienes no comulguen con la orientación socialmente mayoritaria, construir bloques cerrados frente a otros sectores sociales no es el camino.
En un campo tan minado ideológicamente como es el del análisis de la pacificación y normalización, en un terreno tan abonado al maniqueísmo simplista de los buenos y los malos, esta obra conjunta ayuda a demostrar que es posible, siguiendo el atinado argumento de Umberto Eco, dejar de lado la neutralidad, es decir, tomar partido, no ser neutral e inclinarse, en relación al ámbito de la Paz y la Convivencia, a favor de la causa de las víctimas y, sin embargo, tratar de ser imparcial, con el fin de examinar las circunstancias que han concurrido en otros inadmisibles ataques y vulneraciones de libertades y derechos civiles y políticos que, situados obviamente de forma jerarquizada por debajo del derecho a la vida, a la dignidad y a la integridad personal, son igualmente susceptibles de crítica, y poder así en definitiva dar o quitar razones a unos y otros.
No se trata de alcanzar el consenso desde una aparente equidistancia, sino de hablar alto y claro, y también a ello contribuye todo ese potente elenco secuenciado de reflexiones sobre la violencia, los presos, el diálogo y la convivencia pacífica entre diferentes contenidas en una publicación cuyo faro es la ética compartida y recíproca. Para ello hay que huir de falsas simetrías. No cabe colocar al mismo nivel a agresor y a agredido, pero a su vez hay que rebelarse frente a un modelo de hacer política en Euskadi basado y centrado en la confrontación interesada y que, como un boomerang, volverá contra quien lo esgrime. Si de verdad hubiera voluntad política no resultaría difícil encontrar un mínimo común denominador ante la nueva etapa que debe consolidar la paz irreversible y la convivencia en Euskadi. Hay que evitar sucumbir en la tentación de bloquear toda posibilidad de acuerdo ante el temor a ver menguada así la totémica y potente baza político-electoral que ello representa.
Hemos logrado evitar convertirnos en la sociedad de la decepción ante el retrógrado reducto totalitario violento que representaba ETA y su tiranía militar; de igual manera que hemos condenado y repudiado a ETA, la gran mayoría de nosotros hemos condenado como ciudadanos, como pueblo y como sociedad la barbarie organizada de los infames episodios de violencia por parte de los aparatos del Estado. El terrorismo nunca representó una consecuencia natural de un conflicto político, sino su perversión. La ansiada y por fin materializada desaparición de la violencia no merece ninguna recompensa; el nuevo contexto ha de posibilitar un diálogo abierto, un trabajo de buena fe orientado a recuperar para la convivencia democrática a quienes no fueron capaces entonces de entender que la violencia carecía de toda justificación, y para ello no hay por qué ofrecerles una legitimación inmerecida. Todos tenemos la misma obligación de trabajar por la convivencia, pero no todos tenemos que hacer el mismo recorrido. Ser generoso no impide ser justo. La ética, la justicia, la política deben tratar de funcionar de forma armónica y sincronizada para mirar al futuro sin olvidar el pasado.