La cultura de la urgencia

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Vivimos en una cultura general de la urgencia que sólo puede explicarse desde determinada configuración del tiempo hegemónico mundial, construido desde la simultaneidad y la inmediatez, sobre el trasfondo dominante de determinadas lógicas económicas y comunicativas.

Todo esto ha tenido el efecto de desregular nuestra relación con el tiempo, lo que se pone de manifiesto en una enorme dificultad de proyectarnos hacia el futuro y en nuestra absorción por la urgencia del presente. Cuando se habla de proyecto se está pensando más bien en procedimientos para incrementar el rendimiento y la eficacia, no en visiones de futuro o en perspectivas. Los plazos han subvertido los valores y lo urgente ha sustituido a lo importante; reina la tiranía de lo que hay que quitarse de encima.

Entre los efectos antropológicos de esta inmediatez sin perspectiva cabe destacar la dificultad de aceptar una realización diferida de lo que se espera. Estamos instalados en un modelo de acción que desconoce los objetivos estables o el itinerario de acción linealmente construido. Producimos de este modo una dinámica social de la urgencia donde todo es exigible inmediatamente y la espera resulta especialmente irritante. Se trata de un individuo dominado por el deseo de satisfacción inmediata, intolerante frente a la frustración, que lo exige todo ya, que salta de un deseo a otro con una impaciencia crónica, que prefiere la intensidad a la duración, incapaz de inscribirse en el menor proyecto y de toda continuidad, que exige del presente lo que debería esperarse del futuro.

Al dejarnos absorber por la urgencia del presente limitamos nuestra energía temporal a lo más inmediato. Todo gira en torno a un presente vecinal, autárquico, autorreferencial e inquieto. Lo que ha tenido lugar es una especie de compresión del tiempo o abreviación del presente que se hace sentir a diferentes niveles y sobre registros diferentes. La omnipresencia del tiempo corto se verifica en forma de zapping, fast, flash, clips, spots, surfing; pero también en las terapias y en el entretenimiento, o en los servicios de urgencias de 24 horas. Esta contracción del tiempo impone sus propios modos de gestión. Valores como la flexibilidad o la adaptación, que son por supuesto muy importantes, se convierten en principios absolutos que determinan las grandes decisiones. Se ha instaurado una dictadura del tiempo real en las organizaciones, en la política y en la sociedad en general, consagrando el imperio de la urgencia, la instantaneidad, la velocidad y la inmediatez.

Las condiciones técnicas de aceleración de la velocidad social afectan a la temporalidad de la política de una doble manera: reduciendo su capacidad de captar la información e interpretarla y transformando la acción pública en reacción pública. Hay incertidumbre, pero como debe actuarse a toda costa, los actores políticos recurren a acciones de corto alcance destinadas a hacer frente a las constricciones inmediatas, como las protestas o las elecciones. Se sobrevalora la acción, la respuesta inmediata, como antídoto contra la incertidumbre. Los actores políticos están continuamente ‘apagando fuegos’ y no consiguen formular objetivos a largo plazo. Deciden sistemáticamente a favor del corto plazo y en contra del largo, renunciando a la idea de que les corresponda precisamente arbitrar entre ambos.

La urgencia, ese grado cero de la distancia temporal, ha perdido su estatuto de temporalidad excepcional y se constituye como la temporalidad ordinaria. Las falsas urgencias se multiplican y se extiende la presión de actuar inmediatamente. La reactividad instantánea pesa sobre las instituciones, las organizaciones y el modo de trabajar. En el universo competitivo la inmediatez de las respuestas constituye una regla de supervivencia absoluta. La urgencia ha dejado de ser excepcional y se impone como modalidad temporal de la acción en general. Pero todos sabemos que la absolutización de la urgencia arruina la idea misma de urgencia. Las señales de alarma sólo son eficaces si son excepcionales, si no se generalizan.

Para entender cómo se arruina lo urgente basta con haber comprendido la lógica que explica el frecuente colapso de los servicios de urgencia. El concepto de urgencia no es objetivo sino una inquietud frente al futuro incierto; se dice que muchas de las personas que acuden a los servicios de urgencia en los hospitales y que los sobrecargan podrían ser tratadas perfectamente en los servicios ordinarios. Un servicio de urgencia es, en principio, una excepcionalidad que únicamente tiene sentido cuando no es posible otra solución. La generalización del recurso a procedimientos de urgencia revela la ineficacia o la desconfianza en los procedimientos y las instituciones ordinarias. Lo urgente sólo tiene sentido si existe lo que no lo es. Donde todo es urgente, cuando el recurso a procedimientos de urgencia se generaliza, desaparece la normalidad temporal por relación a la cual, en tanto que excepcionalidad, tenía sentido la posibilidad de un cauce de urgencia. El estado de urgencia permanente contribuye a fragilizar las organizaciones y es un terreno fértil para que se desencadenen crisis mayores, como muestra el ejemplo de los hospitales, las catástrofes bursátiles o el debilitamiento de la política frente a las presiones inmediatas.

Nos hace falta compensar la necesaria velocidad del mundo con espacios de deliberación, reflexión y normalidad temporal. La configuración del futuro es algo que depende de la estabilidad y previsibilidad del entorno social. La inestabilidad del contexto y de las condiciones de la decisión que se siguen de la aceleración social obligan al individuo, a las organizaciones y las instituciones a una permanente revisión de sus expectativas, a reinterpretar las experiencias y a volver a determinar las operaciones de sincronización y coordinación. Las sociedades modernas necesitan equilibrar la estabilidad y la dinamización: la aceleración, para que sea beneficiosa, requiere unas condiciones generales estables que permiten una seguridad y previsibilidad sin las que serían imposibles determinadas dinámicas. Una lentitud de las reglas del juego permite el despliegue de otras dinámicas; no hay innovación social sin estabilidad institucional.

Globernance

El Instituto de Gobernanza Democrática, Globernance, es un centro de reflexión, investigación y difusión del conocimiento. Su objetivo es investigar y formar en materia de gobernanza democrática para renovar el pensamiento político de nuestro tiempo.

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