En la lógica tradicional, primero hay un estafador y luego una persona estafada que ha tenido el mal fario de caer en sus redes. Un victimario busca una víctima que se convierte en tal como consecuencia de ese encuentro. El manipulador manipula con alguna intención, sea o no política, al manipulado. El actor, el agente, venía primero y por detrás el sujeto que recibe la acción. Pero ahora los mecanismos automáticos, los algoritmos y la inteligencia artificial operan de tal forma en la economía de las fake news que la manipulación puede no tener intención ulterior a sí misma. Puede que la forma y los mecanismos de la manipulación –los contenidos escandalosos que mueven a emoción– se hayan convertido en el fin en sí mismos. Las pasiones, la rabia, la indignación, la polarización y el odio generan entradas, movimientos, rechazos, reacciones, y es este movimiento el que mueve los anuncios y los datos y, consecuentemente, el dinero.

Esta idea me ha recordado a la Obra Abierta de Umberto Eco, que vio en el arte de los años 50 y 60 una transformación que tal vez tenga ciertos paralelismos con lo que estamos hablando. La obra de arte contemporánea es abierta, proponía el pensador italiano, en el sentido de que el que mira o escucha pone de su parte y crea tanto como el artista que la presenta. El artista pierde el monopolio de la interpretación correcta, única o autorizada de la obra: “cada fenómeno parece así habitado por una potencia (…) en una perspectiva de apertura perceptiva (…) con plurivalencia de percepciones”, escribiría Eco.

La idea de obra abierta que ponía el centro en la “actividad constructiva por parte del sujeto”, bien lo explicó Eco, conllevaba una llamada a la “exploración personal”, apuntaba a “la posibilidad de recuperación y de autonomía” o, por decirlo más claramente, las obras abiertas se “convierten en una invitación a la responsabilidad y a la libertad”. Pero al tiempo la cultura de las obras abiertas conlleva el riesgo paradójico de invitar a la persona “a dispersar toda su energía y olvidar así su acción sobre las cosas” para convertirse en “consumidor sin poder de liberación”, condenado a “la enajenación intelectual”.

Umberto Eco ayuda a entender nuestra política en tiempos de redes y conviene volver a él. Las redes sociales de hoy, al igual que las obras abiertas de Eco ayer, nos tientan a percibirnos como individuos que se prefieren víctimas y que olvidan su poder jugando una fantasía de actuación. Nos cuesta querer vernos como ciudadanos, como agentes libres, dignos, capaces y responsables. Resulta más fácil abrazar el ideal del victimismo (con frecuencia desde la opulencia consumista), de la queja y la pereza, del rechazo de la responsabilidad personal y de la ilusión de la libertad sin costo.