Artículo de opinión de Juanjo Álvarez publicado en Diario Vasco el 7/01/2018 (Enlace)
Como hombre, como ciudadano y como padre me siento interpelado directamente por la secuencia insoportable de asesinatos, agresiones, abusos sexuales machistas y toda una cadena de actitudes inaceptables que cada año acaban sumando escalofriantes datos a una intolerable lista de mujeres víctimas. Siento impotencia y enfado al no ser capaz de encontrar la fórmula social que permita frenar esta barbarie.
Los valores que recibimos y trasladamos a nuestros hijos e hijas son la clave. Como en otros planos sociales, no podemos descargar la responsabilidad de algo tan importante para la convivencia en sociedad solo sobre nuestro sistema educativo. O tal vez mejor expresado: nosotros, los padres y madres, debemos entender que formamos un eslabón clave, el más importante dentro de ese sistema educativo, debemos ser también actores activos en la rebelión cívica que logre poner fin a la violencia de género.
Las desgracias, los dramas, el miedo, la vigilia nerviosa y huidiza, el temor, el dolor, la pérdida de la dignidad y la vida les ocurre a mujeres con nombre y apellidos, con una historia vital y con un energúmeno detrás que destroza su vida, que cosifica a esa mujer, se apropia de su vida y se erige en tirano y dueño de la misma bajo el poder de la fuerza y la tiranía del miedo.
Por desgracia, esta lacra social permanece y sus macabras cifras se consolidan cada año e indican una desgraciada inercia de permanencia sostenida en el tiempo. Desde que existen estadísticas oficiales españolas que recogen este drama social son 917 mujeres asesinadas y veintitrés menos, hijos o hijas de las madres víctimas a su vez de violencia de género.
¿Qué más cabe hacer, cómo mejorar el sistema que articula la ley integral contra la violencia de género?; ¿cómo lograr que este grave atentado contra dignidad e integridad física y moral de la mujer cese?; la violencia contra las mujeres supone una flagrante e intolerable violación de los derechos humanos, es un problema político y social muy complejo y para su erradicación es necesario intervenir en muchos y diferentes ámbitos.
Hay que empezar por el ampliar el ámbito subjetivo de calificación de esta llamada violencia de género. En España solo se reconoce este tipo de violencia en el entorno familiar, o más concretamente, cuando el agresor y su víctima mantienen o han mantenido una relación sentimental. Eso, a pesar de que desde hace años prácticamente todos los organismos internacionales de derechos humanos, empezando por las Naciones Unidas, coinciden en que una mujer que ha sido agredida por el simple hecho de ser mujer, ya sea en el ámbito privado o en el ámbito público o social, deberá ser considerada como víctima de violencia de género en todos los casos.
Otra razonable propuesta que cabe apoyar jurídica y socialmente es que no sea la víctima, es decir, la mujer, quien vea privada su libertad de movimientos y su intimidad; ella no ha delinquido, ella debe poder seguir tratando de rehacer su vida sin sentir la presión anímica y vital que representa tener que desplazarse de un lado para otro permanentemente protegida, porque esa misma protección le recuerda y aviva la amenaza latente del maltratador.
La ley contempla actuaciones judiciales en caso de quebrantamiento o incumplimiento por parte del acusado de las medidas cautelares adoptadas (entre ellas las de alejamiento); ¿por qué no adoptar de forma preventiva una medida de vigilancia sobre el hombre ya acusado de malos tratos y sobre el que pesen fundados indicios que hagan proporcional tal medida? ¿por qué no desplazar la medida de protección sobre la mujer hacia la adopción de una orden de vigilancia y control permanente sobre el agresor, de forma que si éste huye se pueda avisar inmediatamente a la mujer maltratada, y una vez localizado se le encarcele preventivamente?
A menudo se buscan excusas o argumentos triviales para opacar o difuminar la realidad de la violencia de género. Todavía hoy muchas personas las utilizan e “invisibilizan” así el problema real de quienes sufren esta violencia. Existen absurdos e infundados prejuicios y mitos sobre la violencia de género, sobre los agresores y sobre las víctimas, algunos de cuales caben en esta enumeración: es una cuestión privada, es gente enferma, la culpa es del alcohol o de las drogas, es gente con poca formación y de escasos recursos económicos, se da en familias problemáticas, son casos aislados, con el tiempo se soluciona, son hombres que tiene problemas con el alcohol o las drogas, o que tienen problemas en el trabajo, o que son impulsivos, o que están locos o enfermos, o simplemente que no son los responsables.
Estos argumentos no pueden ser invocados ni como excusa, ni como minimización ni como justificación de la existencia de la violencia de género. La violencia machista debe considerarse como un inadmisible ejercicio de abuso de poder y de control de los hombres contra las mujeres. Sin más que añadir. Ojalá este nuevo 2018 logre frenar este intolerable e insoportable drama.
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