Israel/Palestina: el origen de todos los conflictos

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Artículo de opinión de Juanjo Álvarez  @jjalvarez64 publicado en DEIA  (enlace) el 13/05/2018

(Imagen cortesía de Política Ahora: graffiti de Bansky, Muro de Cisjordania, den Bethlehem)

Este Lunes 14 de mayo Israel celebra su 70 aniversario como Estado y EEUU abre su embajada en Jerusalén (una provocación injusta y de repercusiones todavía no evaluable). Perpetuar, enquistar o enconar un conflicto es siempre mucho más fácil que tratar de resolverlo. Para lo primero basta la fuerza bruta; para lo segundo hace falta negociar, respetarse, reconocerse recíprocamente y asumir que con maximalismos maniqueos nunca se logrará la paz.

La Gran Marcha de Retorno convocada por varias organizaciones civiles y políticas palestinas en los territorios palestinos ocupados para reivindicar el derecho a volver de todos los refugiados palestinos comenzó con un reguero de muertos en la Franja de Gaza. Quince palestinos perdieron la vida al ser alcanzados por fuego israelí y centenares resultaron heridos. Las protestas han durado 45 días y terminarán este próximo martes 15 de mayo, para que coincida con la conmemoración del que los palestinos llaman día de la Nakba, que marca el desplazamiento de cientos de miles de palestinos durante el conflicto que rodeó la creación del Estado de Israel hace 70 años, en 1948.

El presidente palestino, Mahmud Abbas, responsabilizó a Israel de lo sucedido en los sucesivos viernes de protesta y en particular el primero de ellos, el día más sangriento en el territorio palestino desde la guerra de 2014. Pidió a la ONU que actuase para “proteger al pueblo palestino de la agresión israelí”. Poco después se celebró a puerta cerrada una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero, como era de prever, los representantes de los 15 países miembros del Consejo no alcanzaron a consensuar un texto sobre Gaza.

A raíz de la suma de críticas vertidas contra el Estado de Israel tras esa brutal, desproporcionada y bárbara represión ejercida sobre los palestinos, el presidente de las Comunidades judías en España, Isaac Querud, afirmaba que hay mucha gente que, cuando critica a Israel, es profundamente antisemita. ¿Tiene fundamento esta grave afirmación?; ¿se trata de antisemitismo o como creo cabe defender, es una lógica, respetuosa y al tiempo beligerante crítica fundada tras una represión desproporcionada y brutal?

Es el momento de exigir la renuncia a la leyenda del “Gran Israel”, de evitar la injusticia de hacer pagar a los pueblos árabes el crimen contra la humanidad que fue el holocausto, perpetrado, por cierto, en nombre de una fascista ideología europea. El problema israel-palestino es hoy día un problema colonial y no una cuestión religiosa que oponga a musulmanes frente a judíos.

Hay que superar las falsas e injustas simetrías. No cabe poner en el mismo plano a agresor y agredido, y afirmar de forma retórica que en el fondo debe ser comprendida la reacción de Israel, tras el riesgo permanente que supone la presencia activa de Hamás. Si seguimos este rumbo dialéctico, ¿qué cabría decir de la reacción árabe, tras la creación en 1948 de Israel y su voraz e insaciable pretensión de anexionarse por la fuerza nuevos territorios?

La realidad es que cerca de 600.000 colonos se han instalado desde hace casi medio siglo en la parte oriental de Jerusalén, anexionada por el Estado judío, y en más de dos centenares de colonias repartidas a lo largo de Cisjordania bajo ocupación militar israelí. Tras los Acuerdos de Oslo de 1993, el Ejército ejerce el control pleno sobre el 60% del territorio cisjordano.

El agotamiento y la fatiga israelí y palestina ante el conflicto más largo de la historia contemporánea no dejan, sin embargo, espacio para la paz, y la congelación o hibernación de sucesivos y fracasados planes de paz (tecnocráticamente denominados como hojas de ruta), sólo ha servido para consolidar el ilegal plan de ocupación progresiva de los territorios palestinos.

El vergonzante muro de Cisjordania ofrece otra muestra de la prepotencia de Israel, desafiando incluso a la Corte Internacional de La Haya, que decretó su ilegalidad y ordenó su destrucción. Esa brutal muralla separa más de lo que supuestamente protege, y aporta una ilusoria sensación de poderío y de seguridad, pero en realidad demora la verdadera solución del conflicto y dificulta el diálogo, además de ahogar la endeble economía palestina, autárquica y dependiente y sumar a las vejaciones continuas de la población árabe el peso de la pobreza.

El resultado es toda una generación árabe traumatizada por la derrota y que se ha volcado en la religión, generando la emergencia de movimientos islamistas, auspiciados en un primer momento por el propio Estado de Israel, como una forma de minar la influencia social y política de la Autoridad Palestina.

La población árabe perdió su territorio y su dignidad, generando un fortísimo sentimiento de humillación y un terrible naufragio de Palestina, ante la permisividad pasiva de la comunidad internacional. Ésa es la fuerza global y la carga simbólica del conflicto colonial más largo e irresuelto de la historia contemporánea, que ha generado casi seis millones de refugiados palestinos y que es la muestra más evidente de la diferente vara de medir que impone la Real Politik en las relaciones internacionales. Ojalá por fin llegue la paz definitiva, que solo puede venir de la mano del reconocimiento recíproco de ambos Estados y sus fronteras.

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